El mismo día en que aquel niño nació, en el cielo apareció una estrella. No era muy grande, ni luminosa, ningún astrónomo la descubrió entre tanta inmensidad y tantos objetos espaciales. Su madre pobre entre pobres, sumida en la miseria no pudo criarlo y lo abandonó en un basurero y desapareció. De su padre no se supo ni el nombre y terminó en un orfanato después de ser rescatado por los bomberos.
Un cura de nombre Tomás, de aspecto osco lo recibió y de inmediato le puso Maximiano Pascasio Iglesias, pues llegó en el día santoral de esos hombres benditos. El padre Tomás fue su padrino y sor Teresa, una joven novicia, que pasaba por allí fue nombrada su madrina. El padre pronto lo olvidó debido a sus deberes. La monja se encariño con él, pero, aunque lo quiso con sinceridad y por unos breves años lo trató como a un hijo pronto tuvo que retirarse a un convento lejano. Luego de eso lo criaron como un huérfano más, un número de una estadística.
La vida en el hospicio fue dura. Los que debían cuidarlo, abusaron de él al no tener quien lo quisiera. Los otros niños se peleaban unos con otros por supervivencia. Aun así, su estrella lo acompañó siempre, nadie se fijaba en ello, ni siquiera él que no sabía de su existencia, pero, aunque la noche fuera oscura y nublada siempre, de algún modo, en lo que miraba al cielo por cualquier motivo, a cualquier hora, la estrella pequeña y traslucida brillaba en el cielo, de alguna forma se abría paso entre las nubes, la luz del día o la oscuridad de la noche y asomaba su débil rayo para darle esperanzas.
Maximiano no entendía, pero intuía que siempre que miraba al cielo y rezaba sus oraciones con toda su fe, algo bueno le pasaba. A veces comía un poco más, o sus castigadores se olvidaban de él, o como cuando le regalaron unos zapatos, o cuando pidió al cielo ver a su mamá y apareció aquella señora tan buena, tan linda que le acarició el rostro y les invitó a todos la comida de aquel día y los ogros cuidadores del orfanato se portaron bien con él y con todos los otros niños.
Pasaron lo años y Max creció y tuvo que tomar su lugar para subsistir. Nunca olvidó sus orígenes, su magia y su estrellita nunca dejó de brillarle cuando sus ojos se asomaban al cielo. Los malos ratos y malos tratos lo hicieron inhumano y feroz y los que antes lo discriminaban ahora le temían pues la crueldad solo convierte a los hombres que la sobreviven en seres terribles. Llegó el día de irse del retén de menores y sin un destino cierto fue a para donde su novia, en una humilde choza del cerro más olvidado de la ciudad. Juana Inés era otra niña de la calle crecida y sufrida en esta sociedad que valora más al dinero que a las personas.
Y Juana Inés De La Calle quedó embarazada de Max y les nació un niño robusto y hermoso al que llamaron Jesús y fue cuando la estrella pequeña creció y fulguró más y cuando el joven Max se sintió por primera vez hombre. Al otro día un astrónomo en Los Ángeles descubrió la estrella y le puso nombre, Maximiliano consiguió un trabajo decente como conductor de la Madre Superiora Teresa del Convento. Juana Inés fue a clases gracias a un programa gubernamental y el pequeño Jesús Iglesias De La Calle creció en familia, estudió y se convirtió en un escritor de renombre mundial y aunque nunca supo de la estrella de su padre, siempre la llevó e su corazón.
Ilustraciones hechas por mí.