No estoy solo
Daniel se encontraba en el autobús camino a casa de su tía. Eran las vacaciones de verano y, como era de costumbre, su madre solía deshacerse de él mandándolo a pasar un tiempo con sus familiares –o al menos eso pensaba él-; esta vez le tocada a su tía Adele ser su anfitriona. Su tía Adele era una persona agradable, madre soltera -o, mejor dicho, viuda-. Su difunto esposo, el tío Harry, había muerto en un desafortunado accidente en coche hace unos 3 años; eso fue un duro golpe tanto para la tía Adele como para Jonathan, su hijo, quien a la tierna edad de 14 años tuvo que ver el rostro edematizado de su padre en el ataúd abierto el día de su funeral, ese día Jonathan pudo percibir algunas heridas lineales suturadas que aún se podían ver es su cuello, a pesar del torpe maquillaje que el tanatopractor del pueblo le había proporcionado y del traje verde oscuro con el que fue sepultado, cuya corbata parecía estar estrangulándolo postmorten. Desde ese día, en el funeral, Daniel no había vuelto a ver personalmente a Jonathan, quien era uno de sus primos favoritos; a pesar de llevarle 2 años de edad siempre jugaban juntos en las reuniones familiares, tenían gustos muy similares y a la hora de formar equipos siempre eran ellos dos contra el mundo. Daniel no podía evitar mirar por la ventana y sentirse culpable de no haber visitado a su primo en todo este tiempo, esporádicamente se escribían a través de redes sociales, saludándose, pero ya no se formaban esas emocionantes conversaciones sobre los juegos de video o sobre los partidos de fútbol; en sí, se sentía algo nervioso en como lo trataría su primo después de tanto tiempo, se preguntaba si aún sentiría aquel oscuro pesar del último día en que se vieron las caras, o si aún recordaría lo último que le dijo con respecto a su tío.
Era un día caluroso, algo realmente infrecuente en el pueblo donde vivía su tía Adele. Daniel recordaba haber escuchado, entre sueños, algo sobre ese fenómeno en la radio del autobús que lo trajo, y como el locutor mencionaba que la gente del pueblo empezaba a alucinar a causa del calor, mientras se echaba a reír y anunciaba la pista que sonría a continuación. Su tía Adele estaba esperándolo en el estacionamiento del terminal en su viejo sedan rojo, con las ventanas abiertas y agitando un viejo abanico a una velocidad increíble, pareciese que quería avivar las llamas de un fogón con el viejo artefacto. Se percató de que su primo Jonathan no estaba con ella –sintió cierto alivio, aunque no supo por qué-. El trayecto del terminal de autobuses a la casa estuvo acompañado de los típicos piropos, interrogatorios y anécdotas que toda tía comenta a sus sobrinos al haber pasado tiempo sin verlos. “Has crecido mucho, te debes estar quitando a las chicas de encima a sombrerazos, tienes los genes de nuestra familia, tu madre y yo éramos muy guapas también en nuestros tiempos, ¿Cómo está tu hermano?, ¿Ya tiene alguna novia?, ¿Y tú?, etc…” Era, en cierta forma, aburrido pero agradable, le daba a entender que su tía en realidad tenía interés por su vida.
Al ir llegando a la casa de su tía, Daniel pudo ver como nada había cambiado, o quizás sí, las vivas flores y arbustos que adornaban la entrada de la casa se veían descuidadas, algo triste, a pesar de que a su tía Adele siempre le había gustado la jardinería. La casa era una típica casa de dos pisos, un tanto fuera de los suburbios, alejada por lo menos unos 500 metros de las otras casas aledañas –es el lujo que se pueden dar quienes viven lejos de la ciudad-, tenía un gran terreno en la parte posterior con algunos cultivos, y un frondoso bosque de pinos altos y viejos que se interponían entre la casa y el lago que quedaba a unos 20 minutos a pie de allí. Daniel recordó las carreras que hacía con su primo para llegar al lago, y la típica apuesta, “el que llegue primero sería el novio de Anny”, sólo recordar eso hizo que su cara ardiera de rubor.
Una vez llegado a la casa, Daniel bajó sus maletas y las introdujo en las misma, su tía se dirigió a la cocina a servir las bebidas frías que tanto anheló durante su caluroso paseo al terminal, Daniel la acompañó y se sentó sobre uno de los bancos altos de la cocina, posteriormente escucho unas pisadas bajando las escaleras, su corazón se aceleró, hasta que por fin entro Jonathan en la cocina.
–Hola, primo, cuanto tiempo sin verte…-.
Gracias por tomar parte de tu tiempo por leer el primer capítulo de mi primera novela corta de suspenso y terror. Me gustaría mucho que me dejaras tus comentarios, críticas, opiniones, si te gustó o no. Escribir este tipo de historias es una de las cosas que quiero hacer en mi blog así que me serviría mucho saber que opinan ustedes acerca de ellas.
Saludos y bendiciones.
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