Entre las abejas productoras de miel existen castas: unas son reinas y otras obreras. Las diferencias se observan tanto en su conducta como en su aspecto; las obreras son más pequeñas que las reinas. Ambas ponen huevecillos, pero sólo los de las reinas son fecundados por el zángano, que es el macho. A las larvas destinadas a ser reinas se las alimenta con una sustancia producida por las glándulas salivales de las obreras, la “jalea real”. Cuando las nuevas reinas emergen, pelean entre sí para decidir quién se queda en el panal. La vencedora ataca a la antigua reina, que entonces sale con su enjambre a fundar un nuevo panal. Hasta hace poco tiempo se desconocía qué era lo que hacía que una determinada abeja se criara como reina, de no ser por la diferente alimentación que recibía. Hoy se sabe que una enzima, llamada tor, que interviene en la capacidad de reconocer nutrientes y el control del crecimiento, es la encargada de las diferencias entre las dos castas. En las larvas destinadas a convertirse en reinas el gen que produce la enzima tor está más activo. Cuando este gen se desactiva por medios experimentales en las larvas, ya sea por procedimientos químicos o genéticos, las abejas que se desarrollan tienen más rasgos de obrera que de reina. En este caso, a diferencia de los seres humanos, la realeza tiene un origen genético.
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