Estimados amigos de Steemit, Mariana Enríquez es una narradora y periodista argentina nacida en 1973. Autora de cuatro novelas y dos libros de cuentos. Es una de las voces más sólidas de la nueva narrativa latinoamericana. La presente reseña es un acercamiento a su segundo libro de cuentos, Las cosas que perdimos en el fuego.
Una versión de la misma, ligeramente diferente, fue publicada previamente en Colofón, Revista Literaria, y los interesados pueden consultarla aquí.
Las mujeres y los niños son los grandes protagonistas de las catorce historias reunidas en Las cosas que perdimos en el fuego, libro de la escritora argentina Mariana Enríquez publicado en España en 2016. Sólo en dos cuentos un hombre adulto es plenamente protagonista. En ambos se narran descensos a la locura, aunque en uno de ellos (“Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”), un relato sobre un famoso asesino serial, podría tratarse de algo aún más siniestro, y resulta interesante advertir que este protagonista tiene como contrafiguras a una mujer y su hijo de dos años.
En general, en las historias que Mariana Enríquez recopila en este libro los hombres son prescindibles o aborrecidos o detestables. Las mujeres casadas los abandonan o están por abandonarlos, las novias los soportan precariamente y son descartados sin demasiados trámites. En otros casos (en el relato que da el título al libro, “Las cosas que perdimos en el fuego”) hay una culpa masculina colectiva que debe redimirse. No debe pensarse, sin embargo, que haya algún alegato antimasculino, al menos no de manera evidente. Enríquez es demasiado buena narradora como para enturbiar sus ficciones con discursos a favor o en contra de algo. Sus ideas circulan a partir de la lógica interna de los relatos y en ningún caso como un apéndice ideológico.
No recuerdo quién dijo que si en una historia de terror hay niños, esta es entonces más terrorífica. Puedo dar fe de este efecto sobre mí como lector, aunque no puedo explicarlo racionalmente. El caso es que Mariana Enríquez hace un uso extraordinariamente eficaz de la presencia de niños y adolescentes como víctimas o victimarios en algunos de los cuentos más estremecedores del libro.
En “El niño sucio”, la protagonista cree reconocer en el cuerpo decapitado de un niño a un vecino (si se puede llamar así a alguien que vive en la calle, frente a tu casa) retador y taciturno, permanentemente hambriento, con una madre drogadicta. En “El patio del vecino” aparece un niño de dientes afilados (pero ¿estamos seguros de que es un niño?) que provocará más que pesadillas a la protagonista, una asistente social dominada por la culpa. “La casa de Adela” relata la experiencia de unos niños en una casa embrujada, y sus consecuencias en el resto de sus vidas. Me atrevería a decir que este es uno de los mejores cuentos de casas embrujadas que he leído en mi vida.
Todos estos niños y adolescentes generan compasión y horror en quien recorre las páginas de Las cosas que perdimos en el fuego.
Los escenarios en los que transcurren estas historias de asesinatos, ritos extraños, fantasmas y seres fantásticos son los barrios marginados ―más que marginales― de Buenos Aires, así como pequeñas ciudades provinciales en las que el tedio es una antesala del espanto. De manera muy clara, el ambiente trasunta el destino desamparado de los personajes, su condición de seres a la intemperie, expuestos a toda la violencia y todo el mal. En “Bajo el agua negra”, cuento de resonancias lovecraftianas, los pobres que la ciudad rechaza y segrega parecen multiplicarse hasta el infinito:
Buenos Aires se iba deshaciendo en comercios abandonados, ventanas tapiadas con ladrillos para evitar que las casas fueran tomadas, carteles oxidados que coronaban edificios de los años setenta… Desde el puente se podía ver la extensión del caserío: rodeaba el río negro y quieto, lo bordeaba y se perdía de vista donde el agua formaba un codo y se iba en la distancia, junto a las chimeneas de fábricas abandonadas.
Todavía se suele pensar lo fantástico en literatura como evasión; el terror como literatura de entretenimiento y nada más. A pesar de Borges y Cortázar y Bioy Casares. Mariana Enríquez, que bordea la literatura de género sin pertenecer propiamente a ella, transita las huellas de los maestros sin copiarlos y al mismo tiempo se alimenta de otras tradiciones, como el ya mencionado H.P. Lovecraft. Aunque tal vez lo más correcto sería decir que entra y sale del género a conveniencia, sin verse limitada por él. Tanto lo fantástico como lo realista en esta autora es indagación personal y social. Los horrores de Las cosas que perdimos en el fuego se sostienen en el presente y el pasado argentino; la pobreza, la falta de esperanzas y, no menos importante, las atrocidades de las pasadas dictaduras, porque, como dijera William Faulkner, El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado. Mariana Enríquez nos lo recuerda a través de las palabras del personaje protagonista de “Nada de carne sobre nosotras”:
Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados. Tengo que cavar, con una pala, con las manos, como los perros, que siempre encuentran los huesos, que siempre saben dónde los escondieron, dónde los dejaron olvidados.
GRACIAS POR SU VISITA. VUELVAN CUANDO QUIERAN.
En Las cosas que perdimos
en el fuego dice Guerra
Un dolor que mucho aterra
por los huesos y los niños
Por tu nota, amigo, vimos
el talento de Mariana
Enríquez la que engalana
el Buenos Aires divino
Suspenso bueno cual vino
se asoma por la ventana.
Tus comentarios en décimas hacen que cualquier cosa que uno diga luzca deslucida y "prosaica". Gracias, por leer, @acostacazola.
Engalana usted a Enríquez y a Guerra
con sus graciosas líneas en rima
nos tocará leer este libro que aterra
por lo que Rubí y usted estiman@acostacazorla ,
¡Qué reseña tan buena ! Muy gusta ese género. Me encantaría leer un cuento de esta autora.
Saludos.Hola, @francisaponte. Me alegro que te gustara; en cuanto al libro, podemos ver qué se hace.
Acabo de percatarme que inconscientemente casi plagié el título del libro en un cuento. Muy buena la reseña, por cierto.
Es muy gracioso, porque el título del libro es idéntico (o casi) al de una película de Susanne Bier, de 2008. Así que el título de tu cuento a lo mejor estaba dialogando con esta, y no con el libro de Enríquez.
Saludos, @morey-lezama.
Talentosa esta escritora. Había leído una entrevista que le hicieron y me llamó la atención que siendo tan joven tenga tan buena crítica. Me gustaría leerle. Gracias por el post, @rjguerra.
Estimado @tresminotauros: ¡Diez días para responder! A veces las cosas se acumulan y el tiempo se escurre de una manera espantosa. Disculpa. Sí, es muy buena escritora, con una trayectoria amplia, Comenzó a publicar desde muy joven. Tengo una versión digital de Las cosas que perdimos en el fuego. ¿Cómo haría para hacértela llegar?
Amigo, puedes mandarla a larrycamacho2002@gmail.com. Gracias.
Para Freud, los niños son "perversos" porque no tienen filtro, siempre están un poco más allá del bien y del mal, fusionan la línea, la rompen, la extienden a una escala cognoscitiva que pone en jaque a los adultos. No conocía a esta autora, @rjguerra, pero quedé muy intrigada con esta reseña. Me llama la atención la imagen del fuego y el tratamiento de lo masculino, sobre el que ya diste algunas pistas en párrafos anteriores. Me parece curioso que la "oscuridad", un aspecto que suele asociarse al arquetipo de lo femenino, en esta autora parece adquirir una dimensión que genera una tríada: masculino-infancia-oscuridad. Tal vez me esté adelantando (después de todo solo tengo como referencia lo que tan bien expusiste en esta nota) pero de verdad me interesaría explorar ese posible hilo conductor en las ficciones de esta autora.
¡Gracias por compartir!
Gracias por tu comentario, @devinalivaudais; siempre abres otras puertas para la interpretación. Como pienso seguir leyendo y comentando a esta autora, indagaré con más detalle en lo que señalas: la tríada masculino-infancia-oscuridad
Por lo que leí, el tema es fuerte e intenso, el tema de la dictadura y todo lo que arrastra. Dolor hasta los tuétanos. Gracias por compartir este análisis, no conozco a la escritora, pero se ve que tenemos un pasado y un presente común.
La dictadura y su horror, pero también un horror que va más allá de esa etapa y se extiende hasta el presente, con otras formas.
Gracias por tu lectura, @antolinamartell. Un abrazo.