Gabriel había llegado a una sala oscura, donde lo único reconocible a la vista era una mesa de madera que se veía algo vieja, y una gran cantidad de cortinas decorativas, cuyo segundo objetivo debería ser evitar miradas indiscretas, lo cual lograban muy bien. El joven chico estaba allí por recomendación de un conocido, a quien no recuerda haber visto antes, ni en donde lo conoció, pero ya estaba allí y era muy tarde para pensar en eso; de todas formas, iba a conseguir lo que necesitaba.
Desde hace unos días... Meses... Bueno, años, un joven de su misma edad había perturbado su paciencia una cantidad innumerable de veces. ¿Cómo? Siendo vencido por él, una tras otra vez, en cada competencia, en cada meta que Gabriel se trazara, él estaba allí para conseguirlo en menos tiempo y con un resultado mucho mejor, lo cual con el tiempo provocó que en el joven creciera odio, puro y sincero, tras haber fallado una y otra vez ante el mismo rival, su mente se lleno de ira, y algunas veces lo único que puedes hacer es odiar. Gabriel estaba allí buscando un arma definitiva, una carta del triunfo contra su peor enemigo.
Se sentó en una silla de madera que se encontraba frente a la mesa, que él juraba no estaba allí hace unos segundos, y saludó a la oscuridad densa que se encontraba frente a él, suponiendo que allí se encontraba la persona con la que fue a charlar. Luego de unos segundos en silencio, decidió presentarse ante la oscuridad aún silenciosa, esperando alguna respuesta de cualquier persona que se escondiera en su interior. Casi como un destello, se le ocurrió que debía justificar por qué estaba allí, el motivo de su visita. Comenzó el joven:
-He venido aquí en busca de poder, o de alguna ventaja, o alguna maldición contra mi rival, o algo que me ayude a derrotarlo, solo quiero...- Dijo el joven hablando muy rápido, se notaba el nerviosismo en su voz, hasta que fue interrumpido.
-Odio...- Dijo una voz grave y estruendosa, inhumana- Buscas saciar tu odio, dilo con claridad, y podré concederte tu deseo egoísta...
Gabriel pensó unos segundos, y con un rostro que demostraba que estaba decidido, dijo:
-Quiero que mi odio lo destruya, que las llamas que queman mi paz mental, lo hagan arder.- Una lágrima de ira se escapó de los ojos del joven, al tiempo que estaba apretaba la mandíbula, y miraba la densa oscuridad frente a él.
-Entonces arderá ante ti, y tú ¿Estás dispuesto entonces a dejar que tu corazón entre a una oscuridad tan densa como la que hoy me cobija?- Dijo la voz, ahora pareciendo más humana, cambiando progresivamente al tono de un anciano.
-Cualquier precio es poco.- Dijo el joven, decidido.
-Que así sea.- Dijo la voz, al tiempo que una mano arrugada y pálida posaba frente a él un cáliz, que al tocar la mesa se iluminó levantando ante Gabriel una gran llama azul, cuando esto sucedió, pudo ver el rostro de quien lo acompañaba en esa habitación, era horrible, un rostro deforme, una bestia negra, no era humano... Sus ojos negros y vacíos, y sus fauces, colmillos retorcidos y afilados que mostraban una sonrisa grotesca.- Quien odia realmente, preparado debe estar para ser odiado, pues tendrá que cavar dos tumbas, una para el odiado y otra para cuando sea su turno de ser odiado. Bebe del cáliz, y podrás apagar el fuego del odio dentro de tu alma, luego ve en busca de tu enemigo y hazlo arder.-
Entonces Gabriel bebió del cáliz ardiente, quemando sus labios, quemaduras que no dejaban cicatriz visible, pero herían algo que ningún humano podía tocar.
Fue en busca de su enemigo, lo llamó pues quería visitarlo cuanto antes. Llegó a su hogar, esperando el momento con ansias. Justamente antes de tocar el timbre, una mano haló su pantalón, Gabriel volteó para encontrarse con un pequeño niño que pedía permiso para poder entrar en su casa, era el hijo de su rival, lo había visto demasiadas veces y recordaba perfectamente su rostro, claro, como olvidarse del rostro de su sobrino.
Salió su enemigo por fin, pues Gabriel había dicho que quería charlar afuera:
-Hermano, tiempo sin verte, desde que...- Dijo el rival, sin sospechar ni desconfiar de las intenciones de Gabriel.
-Desde que papá te heredó toda la compañía a ti, dejándome sin futuro a mí.- Dijo con claro resentimiento en la voz, pero en un tono que lo hacía parecer una broma sarcástica.
-Por favor, no te pongas así, era claro que yo era mejor en los negocios, y tu eres mejor que yo en... Bueno, en lo que sea que seas mejor que yo. De todas formas cualquier día puedes ir a la oficina y hacerte pasar por mí, somos gemelos después de todo, nadie notará la diferencia.- Dijo riéndose del fracaso que era Gabriel en ese entonces, por culpa de él.
-Si, que gracioso... Bueno, solo quería saludar y verte un momento, adiós hermanito.- Dijo Gabriel, extendiendo su mano, con una gran sonrisa.
-Adiós hermanito, te quiero mucho, en serio.-
Esas palabras hicieron que Gabriel se estremeciera, y pensó en bajar su mano por un momento, pero no lo hizo. Al estrecharla, su hermano se llevó inmediatamente la otra mano al pecho, en señal de molestia. Gabriel le preguntó si estaba bien, y su hermano asintió, pero él sabía lo que ocurría. Se subió en su automóvil, esperó unos segundos después de que su hermano entró, quería ver el resto del espectáculo, entonces justo como lo esperaba, escuchó un fuerte grito de dolor. Su hermano se había desplomado en el suelo, muerto, por ataque cardíaco.
Pasaron los años, y él se apoderó de la compañía, que ahora había subido su rendimiento y ganancias casi un 100% con él al mando. Las cosas iban de maravilla, era tal cual lo había imaginado, y las noches en que la culpa le ganaba y lo hacían llorar casi se habían terminado.
Un día estaba sentado en su oficina, viendo el monitor de su computadora, cuando un joven adolescente entró. Lo reconocía, era el hijo de su difunto hermano, aquél que había pedido que lo dejara pasar a su casa aquella triunfal y a la vez deprimente noche. Se acercó sonriente al chico, mientras dejaba las cosas en su escritorio e iba con los brazos extendidos para abrazarlo, pero el chico extendió la mano primero en señal de que quería un apretón de manos, algo más maduro y frío. Gabriel, con una sonrisa aún dijo:
-Querido sobrino, tanto tiempo sin verte ¡Mira cómo has crecido! No nos vemos desde...- Entonces un fuerte dolor atravesó su pecho, como una puñalada al corazón, de un filo ardiente.
-Desde la noche en que asesinaste a mi padre.- Dijo el chico, con una mirada de un odio más grande de lo que podía soportar su cuerpo.
Gabriel gritó del dolor, pues sentía como si las llamas desintegraran su cuerpo rápidamente. Pero a los ojos de las demás personas, caería muerto a merced de un ataque al corazón. Al herir a alguien de muerte, dos tumbas se cavan, pues es sacrificio justo por atreverse a utilizar el prohibido y malévolo poder del odio.
Me gustaria darle like , pero no se como :( apenas soy nueva en esto...