José había viajado al pueblo de su esposa para pasar unos días con su familia. Era según sus cuentas el cuarto o quinto año que lo hacía, le venía bien, era una escapada después de un mes de Abril que siempre era intenso en carga de trabajo. Era estar en un lugar, relativamente cercano a apenas una hora y media en coche, pero con unos paisajes y unos moradores, que le hacían estar en un lugar lo suficientemente distinto, como para pensarse de otra manera.
Era un lugar tranquilo, al fondo el perfil norte de Sierra Nevada, rodeado de campos de almendros, algo de cultivo de cereal, alguna pequeña extensión de viñedos y muy esporádicamente algún conglomerado de olivos, pequeños y perfectamente alineados. El monte, con mucho pino en las partes más inhóspitas, en las partes más bajas, abundaban los quejigos alcornoques y otras especies que desconocía su nombre exacto pero que sabía que conformaban el bosque mediterráneo más arquetípico.
Era el lugar perfecto para escapar del estrés de la gran ciudad, esa que crece desordenada, como un adolescente que lo ves con las mismas ropas que en los días anteriores pero que el desarrollo de sus rasgos y su sexualidad, le hace tener un aspecto grotesco, casi de tiktok. Pero este año, era distinto, básicamente el calor, había dejado de entenderlo como buen tiempo, era plenamente de la amenaza no a años vista de la vejez, si no que era una realidad no ya cercana si no inmediata.
Durante dos días, José relajo su habitual rutina, en comidas y horarios, y digamos que se dejó ir un poco, en tomarse sus cervezas, picotear frutos secos y comer sin medirse las raciones.
Se levantó de la cama y se asomó por la ventana, mirando el paisaje nocturno en la distancia. Sin embargo, en lugar de encontrar tranquilidad, su mente se llenó de pensamientos oscuros y preocupantes. Se dio cuenta de lo frágil que era la vida y de cuánto sufrimiento había en el mundo, incluso en lugares aparentemente pacíficos como el pueblo donde estaba.
Comenzó a dar vueltas en la cama, incapaz de encontrar la paz. Se preguntaba cómo podría hacer una diferencia en el mundo, cómo podría ayudar a aliviar el dolor y la injusticia que veía en todas partes. Cada vez que cerraba los ojos, se sentía invadido por imágenes terribles: escenas de pobreza, violencia y sufrimiento humano.
José se dio cuenta de que no podía dormir, así que decidió salir a caminar por el pueblo. El aire fresco y la tranquilidad del lugar ayudaron a calmar sus nervios, pero todavía se sentía atormentado por su incapacidad para hacer algo significativo para mejorar el mundo.
Mientras caminaba, José comenzó a pensar en pequeñas formas en que podría marcar una diferencia, incluso en su comunidad local. Se comprometió a hacer más para ayudar a sus vecinos, a ser más consciente de su impacto en el medio ambiente y a tratar de difundir más amor y compasión en el mundo.
Finalmente, después de muchas horas de estar despierto, José regresó a su habitación y se acostó. Aunque todavía tenía preocupaciones en su mente, se sintió un poco mejor al saber que estaba comprometido a hacer lo que pudiera para ayudar. Con esa determinación en su corazón, finalmente cayó en un sueño profundo y reparador.