LAS REGLAS || Relato || Rincón literario

Mis padres y yo vivíamos en una pequeña zona residencial a las afueras de San Felipe, yo acababa de cumplir 13 años, las vacaciones de verano recién iniciaban y mis padres tenían que trabajar durante el día, aunque mi madre no estuvo en total acuerdo, parecía que había llegado el momento de quedarme sola en casa.

La verdad no me afligí por el hecho, pasaba mis días en Habbo o viendo la tele. Mis padres estarían fuera desde las 8:00 am hasta las 6:00 pm y sus reglas fueron claras sobre cosas que no podía hacer en su ausencia, pero la regla primordial e irrompible era: No abrirle la puerta a extraños.

Donde vivíamos era un lugar poblado pero pequeño y era muy fácil reconocernos entre todos. Una tarde estaba sentada en la sala viendo una serie de televisión que ahora no puedo recordar, el sillón estaba muy cerca de la ventana, por lo que pude percatarme que había un hombre en la calle del frente observando su alrededor, con certeza puedo decir que jamás lo había visto en el vecindario, me asuste un poco, cuando voltee la mirada para ver si ya se había ido me di cuenta que estaba viendo fijamente hacía mí, esto solo duró un algunos segundos pues me levante y simulé tomar el teléfono de la casa, cuando volví a mirar el hombre ya no estaba.
Era un hombre alto, blanco, con el cabello largo de un tonto grisáceo, traía en su mano lo que parecía ser un bolso para entrenar, la verdad me sentí perturbada porque estaba segura que no era alguien perteneciente a la zona y no tenía mucha experiencia en esto de quedarme sola.

Es mejor cerrar las cortinas, pensé, eché un vistazo antes de acercarme, y me di cuenta que el hombre estaba viniendo hacia a la puerta, definitivamente ya me había visto. Admito que era bastante inocente en aquel entonces, y cuando oí el tocar en la puerta solo pensé en que ya me había visto, que era alguien mayor y debía atenderle. Tontamente abrí la puerta, mientras sentía el temblor en mis piernas. Buenas tardes, jovencita, ¿Se encuentran tus padres? – Me preguntó. Titubee un poco, pero terminé gritando: Mamaaaa, seguido de un timbre escandaloso del teléfono que estaba en la sala, el hombre algo azaroso dijo: Debo irme y se marchó entre pasos rápidos.

Inmediatamente cerré la puerta, coloqué todos los cerrojos posibles mientras mi corazón latía a mil por horas, el hombre apenas dijo algunas palabras pero su presencia en segundos se convirtió algo escalofriante. Intenté tomar aire, y respondí a la llamada, era mi padre, quería saber si estaba bien, en el momento mentí, le dije que todo estaba bien, enfáticamente me dijo que no olvidara seguir las reglas, que no abriera la puerta, que no hiciera nada peligroso, yo con algo de culpa solo le repetí que todo estaba bien, que no se preocupara y finalmente colgamos la llamada. La verdad es que cada segundo de esa tarde hasta que por fin ellos llegaron a casa nuevamente se me hizo eterno.

Ya estaba anocheciendo, mi mamá me mandó a ducharme mientras preparaba la cena, pude escuchar que nuevamente tocaron a la puerta y mi padre es quién abre esta vez; eran dos oficiales de policía cuestionando sobre si habíamos recibido alguna visita extraña o habíamos visto merodeando a alguien ajeno por la zona. Mi papá le dijo que ellos no habían visto nada, pero el oficial pidió a hablar con todos en la casa. Yo sin pensarlo les conté lo que había sucedido más temprano, el policía hablo en privado nuevamente con mis papás.

Los oficiales me agradecieron por la información y se retiraron de la casa, mis padres con un terrible semblante me contaron lo que había ocurrido en horas de la tarde. A tan sólo un par de casas de donde yo vivía, un hombre irrumpió una casa mientras una adolecente que estaba sola se duchaba... Fue terrible escuchar sobre el brutal ataque en el que murió la pobre chica de 16 años a manos de un criminal que se había escapado de la cárcel por delitos similares, hombre cuyas características eran las mismas de aquel tipo perturbador que había tocado a mi puerta, me sentí muy mal por lo que sucedió con la chica que era mi vecina de toda la vida y fue inminente el terror de pensar que la víctima pude ser yo.