más probabilidades tienes de que al final todo se complique.
En un día, se había ganado la confianza de un tercio de los empleados. En una semana, más de la mitad de la oficina confiaba en ella. Tenía un plazo de dos semanas para cumplir su cometido.
Analizando a profundidad la dinámica de cada uno de ellos y los niveles de seguridad, incluyendo al personal rotativo, pensó que sería pan comido. Lo único que le faltaba era ojear la oficina del presidente. Sabía que eso sería lo más complicado y sin embargo, no le preocupaba en lo más mínimo.
—Si se pone muy difícil, con seducirlo me bastará —pensó para sí, mientras maquinaba el plan que le llevaría a concretar su trabajo.
A pesar de ser tan talentosa, algo no andaba bien. Había cambiado de táctica ya varias veces y no lograba por ningún motivo colarse en aquella oficina. Siempre una excusa, una reunión imprevista, algún evento que tiraba abajo toda su planificación.
Le quedaban apenas 24 horas. Tendría que filtrarse de noche y eso no le hacía mucha gracia. No era complicado, pero implicaba siempre muchos más riesgos.
—Si solo tuviese un poco más de tiempo, habría aplicado la seducción — pensaba, mientras abría las oficinas con la llave maestra que se había hecho unos días atrás. Lo había pensado mucho, pero por más que intentaba acercarse a él, no había podido, con lo que seducirlo ya no era factible y era una lástima, porque ese hombre era tan atractivo. Su metro ochenta le hacía verse imponente.
—Tenía manos fuertes y un rostro siempre tan apacible, Más bien inexpresivo —se corrigió mientras caminaba con prudencia hacia su destino.
Entró con tanta facilidad, que le pareció un juego de niños. No entendía por qué se tejían tantas historias en torno a aquel hombre. Algunos le temían, otros solo lo respetaban. Las mujeres se derretían por él… O quizá por su dinero. Era, para ella, solo un hombre más; atractivo y con poder, claro. Pero por supuesto, no ese poder místico que le querían atribuir.
—Maldita sea —masculló, intentando sopesar la posibilidad de salir por la ventana.
—No creo que sea una buena idea saltar desde esta altura — dijo la voz con tono socarrón.
—¡Mierda! ¿Pero cómo puede ser? —Se preguntaba. Estaba segura de que no había nadie en la oficina y mucho menos él.
—Eres mucho más atrevida de lo que imaginaba —dijo la voz con seriedad.
Sintió que había cambiado de posición, pero ella no advirtió ningún ruido.
—¡Por lo menos pesa 90 kilos! —pensaba en silencio, mientras en la oscuridad trataba de ubicar la puerta, moviéndose , sigilosa.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó la voz, atrapándola desde atrás. Su mano a punto de alcanzar la manilla sintió la dolorosa presión de aquella mano tan varonil, tan fuerte. Los dedos de él, se entrelazaron con los de ella doblegándola con firmeza.
Tenía una presencia más que imponente. Su piel emanaba un calor difícil de describir. No era intenso, pero tampoco sutil. Se estremeció extrañamente al sentirlo por detrás, tan cerca, tan firme. Entendió porqué algunos le temían. Su voz tenía una cadencia hipnotizante.
Intentó zafarse pero fue inútil. Quería salir de ahí y a la vez no quería. Estaba confundida.
—Hueles tan delicioso, tan bien —le susurró la voz muy cerca del oído. Era evidente su intención, aunque ella procuraba resistirse.
—lo que había percibido en aquella voz era ¿lascivia? —se preguntó, insegura, y un hormigueo comenzó a subirle desde la punta de los pies.
Sintió que el rubor le marcaba las mejillas y agradeció estar de espaldas a él. Lo sentía respirar con fuerza, casi jadear. Su mano izquierda la encadenaba con sus propios dedos, mientras la derecha descendía haciendo dibujos con la yema de los dedos.
Dibujó su cuello y sus clavículas. Bajó por sus pechos, jugando libremente con su forma, sopesando lo natural de su caída. Continuó dibujando círculos cada vez más pequeños, hasta alcanzar sus pezones. Primero uno, luego el otro.
Él, los percibió erguidos y tan sensibles a su tacto que no pudo evitar sentir una punzada de deseo entre las piernas. Asentía con un movimiento leve de cabeza y, buscando estrechar el contacto, se pegó más a ella, rozando su mentón con el lóbulo de una de sus orejas. Ella sentía su aliento como un soplo suave que revolvía mechones de su cabello y la hacía estremecerse de forma involuntaria.
—Excitada me gustas más —susurró de forma casi imperceptible.
Intentó zafarse de nuevo, pero no lo consiguió. Lo único que obtuvo en respuesta a ese intento fue que con su mano entrelazada a la de ella, comenzara a masturbarla. Dio un respingo cuando sintió su dedo corazón frotarla justo ahí, donde se encendía con tanta velocidad. Por un instante se quedó en blanco. Era como estar en otra dimensión, donde los sentidos se hallaban paralizados.
Se dio cuenta que volvía a asentir, cuando percibió nuevamente su mentón enredarse en su cabello.
—Suéltame —logró decir entre jadeos.
—No —dijo él, acentuando los movimientos sobre su clítoris.
Le pareció que el mundo giraba y giraba dando mil vueltas. El ardor de su entrepierna iba aumentando de manera inexorable.
—Si no hacía algo al respecto, en menos de 2 minutos estaría gimiendo y jadeando, cuidado si no, suplicando —pensó, intentando bloquear su mente, recuperar el resuello.
—Déjame ir — dijo ahogando un jadeo.
—No —volvió a contestar él, ahora sumando caricias a sus pechos, a sus pezones erguidos. Caricias que iban perfectamente acopladas a los movimientos de aquel dedo sobre su clítoris.
Intentaba pensar en una forma de escapar, pero no lograba articular ningún otro pensamiento que no fuera el de ella siendo poseída por aquel hombre.
Se puso tensa y su espalda se arqueó levemente. La haría correrse, no le cabía la menor duda.
Intentaba resistirse, pero con cada intento, él frotaba más y mejor su clítoris, sus pezones, su cuerpo contra el de ella.
Se arqueó de nuevo al sentir aquel miembro erecto y enorme tras de sí.
—Cuanto más te resistes, más me excitas —le advirtió con voz ronca y profunda, pegándose de forma imposible a ella—. Así… así…ya viene, lo notas, ¿verdad? Viene y será majestuoso —susurró, seductor, sin soltarla, sin dejar de frotar todo su cuerpo y su virilidad henchida y dura contra sus nalgas; sus dedos hábiles aprisionaban sus pezones impacientes. Ambas manos, —la de ella y la de él— entrelazadas, frotaban su clítoris. No podía pensar; no sabía cómo era posible, pero aquel hombre la llevaba al borde del precipicio y ella no podía escapar.
—Sí… Sí, Vas a correrte para mí, nena —dijo poseído por un curioso frenesí y segundos después ella alcanzaba el clímax, en un orgasmo más que majestuoso. Gemía sin poder controlar su propia garganta; su cuerpo se retorcía con cada contracción. Ambos sintieron aquella humedad deliciosa, resbalar por la yema de sus dedos.
Estaba atónita y aturdida. Las piernas le temblaban. Se había zafado de aquel abrazo, pero él seguía sujetándola por la muñeca. Bajó la mirada un instante y ahí estaba él, liberando su miembro con tanta facilidad, que comprendió que era muy hábil con las manos.
Teniéndolo ahí frente a ella con aquel miembro duro, latente y húmedo, sintió el instinto de hincarse y saborearlo.
—Aún no —ordenó, como si hubiese advertido sus pensamientos. La atrajo hacia sí, haciendo que su pene la rozara y le llenara la ropa de aquel fluido. Le puso la mano con firmeza haciendo que se asiera de él y la indujo a masturbarlo. Su mano entrelazada la guiaba en cada movimiento.
Lo sintió respirar y jadear con avidez. Sintió en su mano las fuertes contracciones; el líquido tibio y espeso le corría entre los dedos descendiendo despacio, siguiendo hacia su muñeca , goteando con lentitud hasta el suelo.
—Tengo que salir de aquí —pensó, zafándose de un tirón gracias a lo resbaladiza que tenía la piel de la muñeca llena de semen.
Escuchando sus jadeos tras de sí y creyéndolo distraído por el orgasmo, se apresuró a intentar alcanzar la puerta. Se movía suavemente, creyendo pasar desapercibida.
—Aún no acabamos —dijo con voz burlona.
Entornando los ojos, lo vio frente a la puerta, tapándole la salida.
—¿Cómo diablos? —masculló, sin terminar la frase. Intentó moverse a la derecha y él le bloqueó el paso. Se movió a la izquierda y la volvió a bloquear.
—No saldrás de aquí sin que te folle, preciosa —sentenció, mientras se quitaba la camisa.
Aún en penumbras, podía verse su silueta y su cuerpo imponente y varonil. Sin embargo, lo que más la sorprendió de aquella imagen, era verlo erguido, como si unos minutos antes no hubiese pasado nada.
—No puede estar listo tan pronto —pensó, mirando de soslayo por si pudiese detectar alguna forma de alcanzar la puerta.
Se movió tan rápido que no alcanzó a ver nada. Lo sintió adherido a su cuerpo tomándola con fuerza mientras la besaba apasionadamente. Su lengua hurgaba en su boca, se enredaba con la de ella.
La besó y acarició con tanto ardor que su mente quedó en blanco por unos segundos; tiempo suficiente para que su cuerpo quedara a merced de aquel hombre.
La levantó como si no pesara ni un gramo. De un manotazo barrió todo objeto de su escritorio tirándolos al suelo, para dejarla sobre él. Reprimió un quejido cuando sintió en sus nalgas y su espalda aquella superficie dura y fría.
No habían transcurrido ni tres minutos y ya la tenía desnuda sobre aquella madera pulida. Intentó resistirse de nuevo sin conseguirlo.
—De nada vale que te resistas, a menos que quieras excitarme más de lo que estoy —le dijo tomándola de las caderas, separándole las piernas con su propio cuerpo.
—¡Suéltame! —exigió, pero su voz no sonó desesperada, sino ronca y excitada.
—No —le contestó, mientras se deslizaba en su interior penetrándola por completo en un solo movimiento.
Ella dio un respingo y se mordió el labio inferior para reprimir un gemido. En un intento más por rebelarse, quiso arañarlo, clavarle las uñas para que así se apartase; pero él le cogió las muñecas con una mano y las alzó por encima de su cabeza.
Ella gimoteó frustrada por su propia debilidad. Él sintió como ella se apretaba a su alrededor de forma involuntaria.
Se sintió colmada por él; poseída, repleta. Sus manos se aferraban a ella apretando con fuerza sus muñecas, hasta que sintió su rendición y se deslizó para apretarle las nalgas en un intento por hundirse más profundo en ella.
Estando donde quería, se movía con intensidad controlada. La presión era enorme; la respuesta de su cuerpo fue inmediata. Luchaba por controlar aquellas contracciones involuntarias que le hacían apretarlo más y más, provocando en ella una ansiedad devastadora. Necesitaba, sí, necesitaba que se moviera más rápido, que la invadiera de aquella forma visceral e instintiva en que un macho se aparea con su hembra. Un ardor inusitado la azotaba internamente. Deseaba con locura gritarle, pero Se mordió los labios y se apretó los pechos con fuerza.
—¡Muévete, por lo que más quieras, hazlo! —gritaban las palabras en su mente una y otra vez.
—Dilo, pídemelo de una puta vez —le ordenaba, mientras seguía moviéndose con dolorosa lentitud, apoyando su pulgar para frotarla, rozando una y otra vez ahí, donde antes la había hecho estallar de placer.
Comenzó a jadear y gimotear. Presa de las sensaciones, se retorcía, negaba con la cabeza en movimientos casi espasmódicos, aferrándose a sus propios pechos, mordiéndose el labio inferior.
Él la observaba con deleite. Le excitaba ver cómo se debatía contra su voluntad, cómo luchaba contra sus deseos más primitivos.
A punto ya de suplicarle, con el grito queriendo escapar de su garganta, Se contuvo mordiéndose el índice de la mano izquierda.
—Eres mejor de lo que esperaba, me gustan las mujeres que se resisten como tú —susurró con malicia, mientras se deslizaba fuera de ella.
Ella ahogó un jadeo. La sensación de vacío se mezclaba con una inmensa frustración; la había abandonado tan cerca de la cima.
—Hijo de la gran puta —pensó, al sentir su lengua abriéndose paso sin contemplaciones entre sus labios dejándola sin aliento y unos dedos que se hundían en su interior, deslizándose con habilidad disfrutando de aquella cálida humedad; Hurgó hasta que por fin, halló lo que buscaba.
Ahora con su miembro le frotaba el clítoris, mientras con sus dedos presionaba desde adentro casi al mismo nivel. La haría correrse de nuevo, de eso no había duda.
—Así… entrégate, preciosa… córrete de nuevo para mí — murmuraba en una extraña letanía que la tenía subyugada y, sin poder resistirse, el clímax la arrolló en otro potente orgasmo.
Sin darle tregua, se inclinó sobre ella alzándole por las caderas. Estimulándola ahora con la lengua, la hacía retorcerse, desesperada. Era demasiado para ella. Con una mezcla entre dolor y placer, intentaba detenerlo cogiéndole mechones de cabello para lograr que levantase la cara.
Le cogió por las muñecas con un movimiento brusco, casi violento. Con el rostro húmedo por el sudor y los labios brillantes por su propio fluído, se acercó a su bajo vientre respirando con fuerza haciendo que su aliento le rozase la piel y la erizara de pies a cabeza. Sin compasión la lamió recorriendo su ombligo, paseando por sus pechos; ascendiendo por su cuello hasta posar su boca sobre sus labios sin dejar de mirarle a la cara.
—Se que deseas con fervor que te folle. Pídelo… —murmuró rozándole los labios. Su aroma la embriagó.
Se colocó entre sus piernas de tal forma, que cualquier movimiento de ella le acercaba a él. Ambos sexos se rozaban con intimidad. La necesidad de sentirlo en su interior se volvía imperiosa.
—Pídelo…suplícame que lo haga…—murmuraba, mientras la besaba en el rostro, incitándola, seduciéndola y su sexo le rozaba otros labios, con movimientos precisos, perfectos.
Él sabía que doblegarla no sería fácil, pero si algo sabía hacer, era jugar con la mente.
Hizo el amago de penetrarla y ella contuvo la respiración, tensándose como la cuerda de una guitarra.
—Dilo, nena; vamos, pídelo —la instigó, aumentando la velocidad de aquellos movimientos sobre su clítoris.
—fóllame —susurró, entre jadeos y gemidos ahogados, exhalando el aire que llevaba contenido y le hacía arder los pulmones.
—Dilo más fuerte... más fuerte... ¡que te oiga! —seguía presionando, rozando, estimulando.
—¿Fóllame!...por favor, hazlo ya —y dicho esto la penetró.
Sus cuerpos se encontraron danzando al mismo ritmo, cada vez más fuerte, más rápido, más desenfrenado. Ella se aferró a él rodeándolo con sus piernas, clavando sus uñas en aquella espalda. Lo sintió endurecerse un poco más y supo que estaba cerca de alcanzar aquel punto donde ya no habría retorno.
Comenzó a moverse con intensidad, chocando sus caderas contra las de él, una vez, otra vez, otra vez… quería hacerle saltar al abismo.
—para…para que harás que me corra…—jadeó con la voz entrecortada.
Ella no se detuvo. Él no se esforzó por detenerla; en el fondo deseaba con locura dejarse llevar, disfrutar de perderse en aquel clímax y una vez en la cima, volverse a encontrar con ella.
Buscando darle el máximo placer, ella volvió a alcanzar aquel clímax tan delirante.
Exhaustos sobre el escritorio disfrutando aún de los efectos de aquel orgasmo compartido, ella jugaba con el vello de su torso, descendiendo con lentitud hasta rozarle el pubis.
—¿me darás alguna explicación para lo de esta noche? —preguntó, presa de la curiosidad.
—no —respondió con naturalidad—. Confórmate con saber que no necesito ver para sentirte, ni para reconocer a una ladrona consumada, por muy lista que esta sea.
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