Terror en el páramo: crónica de un espanto
Llegó la noche y Eduardo Márquez cabalgaba por el páramo. Sentía a la espesa niebla avecinarse sobre su espalda, "No pasará nada, rumores de pueblo" se decía. A la lejanía percibió una fogata que resultaba ser una buena noticia en medio de un aterrorizante viaje. Desmontó y se acercó a charlar.
*Buenas noches, me gustaría acercarme al fuego en esta fría noche.
-Adelante mijo, buenas noches. Aunque usted no debería estar por aquí. Mas de uno ha desaparecido en estos días por aquí, y la gente del pueblo mas cercano ya no puede ni dormir en paz.
*Eso me han dicho pero de verdad tengo prisa. Usted que es un respetable señor sabe que esos cuentos son para niños.
-Ay mijo, usted es muy jóven para darse cuenta, pero por aquí pasa algo raro. Yo ya he vivido mucho y le puedo decir que esto no es de este mundo. De solo decírselo me da escalofríos.
*Si, los cuentos de la hermosa mujer que nos invita a dar un paseo hasta su acogedora casa. La verdad es que yo no me negaría jajajajaja.
-Mijo, yo he visto a esa mujer. Cuando ocasionalmente hago viajes hasta el otro pueblo ella vaga por el páramo, a la lejanía, esperando que yo trate de acercarme. Pero yo sé la verdad, si uno cae con esa mujer se va directico pa'l infierno.
*Pa'l infierno iría con gusto si es tan hermosa como dicen. Un hombre no le tiene miedo a una mujer.
-Eso lo dice usted porque no esta casado. Pero, hablando en serio, hay que tener cuidado, me imagino que usted esta al tanto de los sucesos.
*Así es señor, y de verdad gracias por permitirme acercarme y por el consejo, se lo tomaré en cuenta, ahora debo seguir.
-Que Dios lo acompañe muchacho, porque yo creo que el diablo anda mas suelto por aquí que en otro lugar.
"Un hombre no le tiene miedo a una mujer" , decía Eduardo de manera insegura mientras se adentraba en la oscuridad. El silencio sepulcral envolvía el ambiente y Eduardo empezó a recordar los cuentos que le relataron en el pueblo cercano.
Una mujer de tez blanca, de cabello tan oscuro como la noche, de mirada profunda y figura despampanante. Según los rumores, vivía con su padre en la plenitud del páramo, hasta que un día su padre fue encontrado sin vida dentro de la pequeña casa.
El lugar parecía una carnicería: Sangre por todas partes y su rostro casi irreconocible. Todos pensaron que había sido una clase de bestia. La hermosa jóven apareció unos días después en las escalinatas de la iglesia del pueblo, famélica y con unos espeluznantes gritos
El padre de la iglesia local, condolido por el estado de la jóven, la acogió y le dió labores en la iglesia. Nadie sabía que se avecinaba un tormentoso tiempo para el pueblo.
Todos los hombres, casados o no, querían cortejarla, y según dicen, empezaron a aparecer muertos, en la orilla del arroyo cercano al pueblo, con símbolos escalofriantes marcados en sus pieles con una navaja
Mas preocupante aún resultó para la gente del pueblo que los niños de los hombres casados que habían muerto contaban a sus madres que una jóven a la que no se le podía ver la cara los arrullaba en sus cuartos durante la noche, diciendoles: "Tu padre te saluda, ahora esta conmigo y así será para siempre. Si creces aquí, tal vez algún día me acompañes también"
Días después, en una noche nublada, se empezaron a escuchar gritos fantasmales de tal magnitud que todos se levantaron a rezar. Los gritos provenían de la iglesía y venían acompañados de una voz que pronunciaba palabras en latín. Era el padre, quien realizaba un exorcismo. "Vas a morir, tu no eres nada para mi" , decía una voz que no podía ser de este mundo. De repente se escucho un silencio y luego un grito profundo. A la mañana siguiente, la gente del pueblo observó espantada al padre muerto en las escalinatas de la iglesia, completamente desnudo, y con los mismos simbolos marcados. La jóven se esfumó, y luego de unos días, un niño que regresaba de jugar en el páramo trajo un mensaje de la bella jóven: "Todos los hombres vendrán conmigo"
Eduardo, perdidó en sus pensamientos, tropezó con una peña y cayó por una pendiente. El caballo, que percibía el aterrorizante ambiente, galopó sin marcha atrás. Márquez sintió un fuerte dolor en su pierna derecha, pero el escalofrío que le recorría la espina no se comparaba con nada.
+¿Qué hace por aquí tan solo a estas horas?-Escucho Eduardo detras de él- No me diga que se perdió.
Si, una bella jóven, pero la cara espantada del hombre no pudo ser opacada.
-Ehh, me acabó de caer de mi caballo. Se me hizo algo tarde, no debería estar aquí.
+Si usted está aquí por algo será, venga y yo le ayudo.
-No señorita, tranquila. Yo voy levantandome poco a poco. Siga usted que tampoco es muy temprano para que ande por aquí.
La mujer, sin prestarle atención, pusó las manos sobre sus hombros y sujetó sus brazos. Eduardo sintió una sensación electrizante.
+Vamos, mi casa queda cerca, se puede quedar hasta mañana y descansa lo que pueda.
Eduardo quería negarse, pero no pudó. Tenía un nudo en la garganta que no le permitía decir que no. Quería salir corriendo pero el dolor en su pierna lo hacía imposible.
Mientras caminaban hacia la oscuridad, ella le decía que se sentía muy sola, que su familia la había abandonado y se había resignado a vivir solitaria en ese sombrío lugar
Eduardo sentía que se le helaba la sangre. Llegaron hasta una pequeña casa alumbrada con muchas velas. Entró ella primero, posando su mirada firme sobre él, esbozando una sonrisa infernal.
+¡Ponte cómodo, Eduardo.-le dijo ella-
Eduardo, aterrorizado le preguntó si lo conocía.
+Si, te he visto pasar muchas veces por el sendero, yendo al encuentro de una amante.
...Y si, sé que hace muy poco tiempo te casaste, que le juraste amor a una doncella.
-Sólo la amo a ella- dijo mientras sentía como sus latidos aumentaban-
+¿De verdad?-Rió ella- entonces ¿quién es esa chica que encuentras en la espesura?
-Nadie-dijo el inmediatamente.
+Yo también voy a ser nadie para ti, me acompañaras para siempre.
Se abalanzó sobre el, tratando de besarlo. Él gritaba y ella lo aruñaba. Vió como sus ojos se transformaban y se tornaban negros, sus pómulos se ponían rojos mientras gritaba, con una voz venida del mismo inframundo, "Mi padre era también un desgraciado, y él murió aquí, en esta misma casa, en la que tu morirás hoy, o mejor dicho, donde estarás para siempre"
De repente, Eduardo vió como la bella jóven se desvanecía y aparecía en su lugar una bestia cornuda aterradora. Gritó por auxilio y pidió perdón arrepentido. El adefesio infernal lo miró y le dijo que pagaría caro, que ahora su sufrimiento sería eterno. El páramo permaneció en silencio, con excepción de los escalofriantes gritos que retumbaban en lo lejano.
"Un hombre no le tiene miedo a una mujer" decía el epitafio. Esa fue la frase lapidaria de Eduardo Márquez, aquella que escuchó uno de las últimas personas en verlo vivo, un honesto señor del pueblo. Lo encontraron en el arroyo, con las marcas, y un pedazo de papel que tenía anotada esa frase. Su mujer se había enterado de la infidelidad y no lo perdonó nunca. El páramo era un lugar sombrío, escalofriante y aterrorizante. La bella jóven era un temor permanente. Y así, Eduardo Márquez la acompañaría para siempre, por subestimar el valor de su esposa y asumir que no debía tener miedo.
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Buenas! gracias por leer todo el relato, es la primera vez que escribo un relato como este por lo cual espero sus observaciones y criticas constructivas.
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