¿Por qué el gobierno chavista se muestra tan indiferente a que los venezolanos se mueran sin remedio o se marchen del país sin intentar siquiera el más mínimo movimiento para evitarlo?
¿Justifica su miedo a entregar cuentas ante la Justicia o la ambición por las mermadas riquezas venezolanas el seguir cometiendo uno de los crímenes masivos más atroces de la historia latinoamericana?
No se me oculta que estas preguntas son análogas a indagar si el chavismo tiene o no humanidad o moralidad, cuestión obviamente negada. Pero igual me persiguen. Y como cualquiera, intento respuestas casi siempre basándome en otro Perogrullo: creyéndolo una mera manifestación del mal. Pero estas terminan por parecerme simples, insatisfactorias. Echo en falta una forma más expansiva --abarcante, totalizadora-- de descripción.
Viene en mi auxilio un real buceador de la oscuridad del alma humana: Edgar Allan Poe. En su relato "Corazón delator" (1843), un personaje siente una fijación por el ojo gris, muerto, de un anciano, su compañero de habitación. Este ojo podría representar el orden, que impide dar satisfacción plena a los delirios. La fijeza se troca en odio y el narrador termina asesinando al otro y enterrando su cadáver en la sala de la casa.
El desenlace de la historia viene unido a otra manifestación del orden: la policía, que ha recibido una denuncia y viene a investigar. Revisa sin hallar nada y cuando el asesino cree sentirse tranquilo, empieza a oír (él, no los agentes) el palpitar del corazón del muerto de manera tan insistente que termina por confesar su crimen. El sentido de la culpa lo ha perdido.
Poe debió sentirse atraído por este argumento. Varios de sus cuentos de horror de esos años se basan en él: "El gato negro" (1843), "El entierro prematuro" (1844). En 1845 publica "El demonio de la perversidad", otra historia muy parecida pero esta vez la precede con una ilación de ideas realmente exquisita acerca del comportamiento de sus personajes atribulados por la conciencia.
Entre los principios innatos (“prima mobilia”, dice) hay uno, al que llama perversión y tilda de “demonio”, que, a diferencia de otros que tienden al bien, al orden, tendría “un móvil sin motivo” o “un motivo no motivado”. Para decirlo en pocas palabras: un impulso interior que lleva al hombre a hacer lo que no debe. Se trata sin duda de una aproximación, anterior a Georges Bataille, al mecanismo del interdicto y la transgresión.
En su representación de la realidad, los personajes atormentados de Poe intuyen o más bien anuncian al hombre descentrado de la sociedad actual: juguete de un entorno donde no impera la mejor de las facultades del hombre, su inteligencia, para ordenar el caótico fluir de la vida, sino otro donde predomina el batallar de innúmeras fuerzas que impone "El fin del deseo", como diría Claudio Magris:
La banal escogencia entre la unidad petrificada y la agitación permanente como un dilema mortal en cada uno de ambos polos” (Ítaca y más allá. Pág. 12. 1998)
Así, la intríngulis de los personajes de Poe es la lucha entre lo que debe ser, lo establecido por una moral, producto de las preceptivas legal y religiosa –victoriana, por más señas—, y la tendencia natural al mal en el hombre atormentado por el delirio de ser completamente libre.
A este deseo congénito de transgredir la psicología clínica identifica como Analfabetismo emocional: la actitud “del que no sabe captar y para nada tiene en cuenta el estado de aquellos con quienes trata”; el que actúa “sin pensar si hiere o mata y sin tener conciencia de ello”; “del que se deja llevar por la ira, el odio, el miedo o la culpa en exceso”; “del que no es capaz de empatizar o ponerse en el lugar del otro para entenderle y ajustar sus propias reacciones”ver (resulta curiosa la equivalencia de estas pautas conductuales con las desviaciones sicopáticas de quienes, en suma, son capaces de matar a sus propios hermanos: la misma materia oscura de la estructura chavista).
Quienes gobiernan hoy a Venezuela son seres reales, no personajes. Si lo fueran, la diferencia con las criaturas sombrías y desajustadas por el alcohol de los cuentos de Poe son de tono mayor. El protagonista-relator de “Corazón delator” no puede hurtarse a la presencia del orden y confiesa su crimen. Y el de “El demonio de la perversidad” es aún más extremo en este sentido: relata su crimen en un sitio público, ante muchas personas, como llevado por una fuerza que, incluso, ajena a él, le obliga. En "El gato negro" el asesino le señala a los agentes dónde emparedó el cadáver de su esposa. Todo gira en esos cuentos alrededor de una conciencia obligante.
La gran diferencia de esos personajes con el régimen venezolano es la naturaleza colectiva de este, a la cual le ha sido hurtada la conciencia. Si el hombre (individuo) tiende al bien, en un grupo esta cualidad podría desaparecer o situarse por encima de la Justicia. Para, por o a pesar del “ellos” se ha creado una especie de antimoral que, a su vez, conforma un anti Estado regido por antivalores. Para describir el mal en la versión chavista debemos invocar la habilidad textual para recrear fantasmagorías, pues es esta bestia roja un monstruo que fácilmente entrará en los horrorosos anales de los animales fantásticos.
Su aspecto, aunque rojo, es difícil de determinar, puesto que su composición es una mezcla de oscuras motivaciones: son algunas, la insaciable ambición, más densa por su simpleza: no ansía nada de lustre ni de fama o grandeza: sólo plata y más plata: mejor si es en dólares americanos; la misma irresponsabilidad de un niño educado sin valores; una ignorancia supina que raya en la antigua brutalidad achacada al pitecantropos, a la cual acompaña la arbitrariedad más desmedida; una incapacidad in disimulada en los homenajes oficiales y las conmemoraciones; un brutal e injustificado deseo de venganza que le dictan unos resentimientos incomprensibles; sevicia, cinismo y sobre todo, atracción por los bajos fondos. Por sentir, no siente piedad ni conmiseración alguna por los daños causados en su corto devenir, ni siquiera por el exterminio de sus propios hermanos. Y esto se debe a que no tiene conciencia debido a su naturaleza colectiva. Está persuadido de que es incapaz de fracasar; y si se lo hacen ver, alguien más tendrá la culpa: las iguanas, los monos, el agua de los ríos o de las lluvias o el buen o el mal tiempo (en este sentido tiene una fijación obcecada por un tal Imperio). Por esta cualidad nadie está a salvo cerca de él: en cualquier momento puede ser señalado de apagar las luces y terminar en un cepo. Y es esta misma capacidad para la excusa y aun la falta de conciencia de sus componentes lo que le permite, cuando toma la forma ciudadana, andar por la calle, tranquilazo, observando a las gentes comer de la basura o pedir limosnas o caer desmayados del hambre; es decir, observar la dimensión de su desastre sin sentir la más mínima sensación de culpa. Así mismo, y como una de sus más onerosos vicios, odia el mantenimiento de las estructuras que están a su cargo, las que a su paso se caen a pedazos y él las oye estrellarse en el polvo como música celeste y mágica. Entre nosotros, uno de sus más señalados gustos, haciendo honor a su nombre de Comefuturo, es la escabechina de niños recién nacidos: en poco tiempo se echa al pico --especie de embudo monstruoso que tiene por boca-- centenas de ellos. Después se relame, satisfecho, ríe y baila alegremente la salsa. La misma capacidad para excusarse, además, hace de Comefuturo un monstruo completamente frío, insensible, muy convencido de que quebrar el orden no provoca consecuencias. Si en los personajes de Poe este quiebre redunda en castigo, en Comefuturo, por ser él mismo el orden, tampoco hay castigo: ha superado el dilema del hombre normal de vivir tironeado entre el orden y el deseo de libertad. Para él, no hay orden ni deseo ni libertad, solo un vacío que se agranda, lo cual nos lleva como seres morales y sus víctimas a plantearnos: ¿a qué le teme? ¿Cuál es la esencia de su sábado como la de cada cochino? Y la única, paradójica y enfermiza respuesta que nos llega por un continuo descarte debería darnos las armas para destruirlo: le teme a su propia existencia. Si, se tiene tanto miedo a sí mismo que se niega a mirarse a los ojos. Por ello, como ha probado la casi extinción de sus enemigos, quienes equivocadamente lo enfrentaban en el terreno de la política apegada a lo legal, el arma más efectiva en su contra sería obligarlo a realizar lo que se ha negado a hacer desde el mismo momento de su nacimiento: observarse detenidamente en su total y monstruosa complexión; es decir, como en el caso de la Medusa, sin mirarle directamente, ponerle ante un espejo que le muestre a todos los componentes sus propias y horrorosas obras en el conjunto de la universalidad. A partir de entonces se petrificará y empezará a romperse en mil pedazos que habrán de esparcirse por la galaxia de Andrómeda, huyendo entre alaridos de espanto sus componentes y culpándose unos a otros, ahora sí, aterrados ante su horrenda trayectoria.
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Gracias por proporcionar parte de las piezas de ese espejo donde tarde o temprano los responsables de tantas atrocidades habrán de mirarse.
Un excelente trabajo de interpretación política, psíquica y moral de ese monstruo de varias cabezas (o tentáculos) que podría llamarse "chavismo", por lo más rápido. ¡Muy agudo! Algo de ello debería desarrollarse más (algunos trabajos de Ana Teresa Torres, Colette Cariles, de los que recuerdo, apuntan hacia allá). Me pareció un magnífico recurso hacer la relación con los relatos y personajes de Poe, para luego cerrar haciendo uso de la analogía con la Medusa.
Agregaría que algo debe haber en varios de los personeros oficialistas de la "banalidad del mal" que advertía Hanna Arendt en el nazi Eichmann, como aquellos que cumplen órdenes sin que se le mueva el corazón o la razón; sin embargo, efectivamente, como apuntas, hay un grupo de hiperconscientes de su daño y del que hacen, pero siguen actuando impertérritamente, convencidos de su "razón histórica" (la razón de la sinrazón, parafraseando a Cervantes).
Obviamente, la historia no los absolverá.
Gracias. Saludos.