Capítulo 56 | Alma sacrificada [Parte 1]

in #spanish6 years ago

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Hay un dicho que dice: para que el malo perezca, primero lo hace el inocente.

Las lágrimas, el rencor y el amor nunca consumados, atiborraron una trágica historia que terminó con dos personas heridas, una chica pelirroja lastimada y un edificio en llamas. Nunca imaginé que una historia que empezó con un gran amor, terminaría de una forma tan bizarra y lúgubre. Cuando el arma de Leonard rodó por mi cuello, golpeó mi frente y quebró mis costillas, la historia de mi vida franqueó ante mis ojos.
Tenía tantos motivos por los cuales vivir, que resistí cada golpe, cada corte, cada maldición. Sabía que mamá iría por mí y pondría su vida entre la mía y mi atacante. Así era ella, así siempre fue hasta el día de esos disparos. El dolor que se deslizaba por mi piel se unía a las grandes gotas de sudor y la sangre que manaba de mis heridas. Leonard me ató a una silla, me apuntó con su arma y me amenazó más de mil veces.
Leonard era un desequilibrado que veía personas que no existían. Las horas que estuve como su prisionera, entendí que no estaba bien de la cabeza. Cuando mi mamá llegó al edificio, cuando Ezra lo atacó, después de soltarme y cuando les disparó, supe que toda su venganza lo ocasionó un par de mujeres que les fueron arrebatadas. Todo ese plan, ese odio, esa venganza, se consumó al dispararles y perforar a mis seres amados. Leonard dibujó una sonrisa y soltó el aire de forma abrupta.
El sonido de los disparos lanzó mi mano derecha contra la boca. El cuerpo de Ezra cayó al suelo, segundos antes de desplomarse el de mi madre. El dolor en mi tobillo, las costillas rotas o el rostro amoratado, no importó. La escena sucedió en cámara lenta. Me sentí una espectadora, una televidente cuando asesinaban al protagonista de la telenovela. A través del ojo derecho, observé la masacre que Leonard provocó.
Una gota de sudor se deslizó por mi columna vertebral, cuando la sangre comenzó a teñir el suelo y crear una ciénaga bajo sus cuerpos. Recosté mi espalda en la pared y llevé el brazo izquierdo a mi estómago. Con la mirada en Leonard, observé que descendía lentamente las escaleras del piso, hacia nosotros. Elevé mi mano derecha. No quería morir. No quería que matara a otra persona. Él cambió el arma de una mano a la otra y le apuntó a mi pecho. Yo le supliqué que no lo hiciera, que me dejara vivir.
Las lágrimas corrían por mis mejillas y se mezclaban con la sangre. El aroma y el sabor de la sangre atiborraron mi rostro. El tobillo me punzaba de dolor, el corazón bombeaba sangre a alta velocidad, mi mano se apretó aún más a mi estómago y mi boca le suplicó que no lo hiciera. En los ojos de Leonard bailaba el demonio. Su dedo se movió lentamente hacia el gatillo. Estaba dispuesto a acabar con la única persona viva que quedaba dentro del edificio, cuando una voz se coló entre sus pensamientos.
—No… A ella no… —suplicó mamá, con sangre en su boca—. Por… favor.
Leonard sonrió al notar su superioridad sobre nosotras. Él esperó que mamá suplicara un poco más, pero al distinguir que no tardaría demasiado en desfallecer, descendió su cuerpo sobre ella y le susurró en el oído algo que la hizo llorar. Con el arma apuntándome, Leonard retrocedió y subió corriendo las escaleras. Solté el aire y me desplomé al suelo, junto al cuerpo de mamá. Ella apenas abría una rendija en sus ojos, sus brazos caídos a los lados, la sangre brotando de la inmensa herida.
Coloqué mi mano sobre su estómago y sentí su sangre caliente entre mis dedos. Lágrimas cayeron sobre su rostro. Mi mamá, mi amiga, mi todo, yacía agonizante en ese suelo, todo por salvar mi vida. Mordí mis labios al sentir como las costillas rotas punzaba en mi interior. El dolor era abrazador, pero nada se comparaba a ver morir a las personas que más amaba. Todo dolor que pude sentir en mi cuerpo, se ausentó al escuchar mi alma quebrarse y mi corazón sangrar tanto o más que sus heridas.
—No pueden morirse, mamá —sollocé—. No puedes dejarme sola.
Mamá tragó saliva y entreabrió los ojos.
—Samantha…
—No, mamá —interrumpí su despedida—. Todo va a estar bien. ¿Recuerdas que me lo dijiste? Me lo prometiste, mamá… ¡No puedes dejarme! ¿Qué voy a hacer sin ti?
Mamá quería despedirse de mí o pedirme perdón por ser la causante de todos mis males. No me interesaba escuchar sus súplicas o una maldita despedida. ¡La quería a ella! Quería que mamá viviera y me viera convertida en la mujer que siempre imaginó. Mi vida no tendría sentido sin ella. Nada sería como antes, nunca volvería a ser la chica rebelde que ella tanto amaba, o aquella bailarina que besaba todas las noches.
—Lo… siento… —Su voz se quebró y lágrimas salieron—. Todo es… mi culpa.
—No, no, no. —Negué, limpié mis lágrimas y me levanté—. Iré por ayuda.
Cerré los ojos y maldije por lo bajo. El dolor interno se desplazaba de mi estómago a la columna. Ya me costaba respirar, una pierna no me funcionaba y el sudor frío corría por mi estómago. Algo debía hacer. No iba a dejarlos morir. Desvié la mirada al cuerpo de Ezra. Él estaba boca abajo, con el mentón sobre el suelo. Sus ojos se mantenían abiertos y su respiración era entrecortada. Mordí mis labios y descendí hacia él.
Toqué el cabello de Ezra y le pedí perdón por llevarlo a su muerte. La garganta me ardía y mi pecho se congestionaba. Le aseguré a Ezra que no lo dejaría morir, que haría hasta lo imposible por salvarlos. Por último besé su tibia piel una última vez y apreté su hombro. Hurgué entre sus bolsillos y encontré su teléfono. Me deslicé a un lado y los observé a ambos. Era una imagen desgarradora observar cómo las personas que tuvieron la osadía de buscarme en ese edificio, apenas lograban respirar.
Respiré profundo. Observé las escaleras de los pisos de abajo. Cerré el único ojo que podía abrir y coloqué el brazo derecho en mi estómago, dispuesta a bajar. Cada escalón de las escaleras era un corrientazo que llegaba a mi cuello. Lágrimas empaparon mi rostro, la sangre entró por mi boca, los gemidos se hicieron más fuertes y el pie casi gritaba de dolor. En el descanso de las escaleras, lloré a todo pulmón. No toleraba tanto dolor. Me lancé al suelo como una niña y sollocé. Sabía que mi deber era ser fuerte y conseguir ayuda, pero por primera vez sentía que ese cuerpo no me pertenecía.
Al cerrar los ojos, las imágenes de las personas en el piso de arriba me impulsaron a levantarme. Sentí que las costillas rompían mi carne, que la sangre se mezclaba con ácido en mi interior. Me sujeté de las paredes sin yeso y las yemas de mis dedos se rompieron. Mis dedos quedaron en carne viva al transitar la mano por ella para sujetarme. Mi mente comenzó a nublarse. Mi ojo se cerró de golpe y mi cuerpo se ladeó. Logré sujetarme a tiempo antes de caer de bruces. Todo me daba vueltas.
Mi cuerpo pedía a gritos que lo dejara estático en algún lugar. Me susurré que era fuerte, que era valiente, y que debía llegar a la parte baja del edificio. Solo me faltaba un piso y podría pedir ayuda. Arrastraba mi pierna. No podía siquiera levantarla. El hueso se veía a través de la tela. Mis dientes rompieron mis labios y el sabor de la sangre se mezcló con la saliva. Era un dolor insoportable y un peso que me impedía continuar.
No tenía mucho tiempo. Intenté respirar una vez más, antes de enderezarme y continuar. Mis piernas temblaban con cada bajón, cada escalón y cada puntazo de dolor en mi pecho. Mi vista no se aclaró en ningún momento, por lo que me sujeté de la pared para no caer al suelo. El camino se hizo eterno, las bajadas sempiternas y el trayecto agonizante. Repetí la voz de mamá una y otra vez, al punto de sentir mi corazón hincharse de amor por ella. Mi cuerpo era una vasija, debía hacer lo que yo quisiera.
Lo pulsé a continuar, a no desmayar. Me aferré a una enorme abertura, cuando la luz del día impactó mis ojos. Logré llegar abajo. Pestañeé un par de veces y aclaré un poco mi visión. Relamí mis labios y busqué el teléfono en el bolsillo delantero de mis vaqueros. Cerré los ojos y tanteé la pantalla. Al abrirlos de nuevo, observé los números. Estaba a punto de marcarlos cuando mi pierna perdió poder y me lanzó al suelo.
Caí de bruces sobre una pila de rocas. Sentí el filo de las rocas traspasar mi piel, entrar por mi camisa, romper mi mejilla y arañar mis brazos. El alarido de dolor quebró mis cuerdas vocales. Maldije y lloré una vez más. No podía moverme, no podía respirar. El teléfono saltó de mi mano y se deslizó hasta una pila de cemento, a unos centímetros de mis pies. Cerré los ojos, respiré profundo y moví mi cuerpo de las piedras. El ardor que dejó el filo sobre mi piel, no solo causó escozor sino que extrajo más sangre.
Me desplacé a rastras por el suelo. La tierra entró por mi boca y el sabor de la suciedad atestó mi nariz. Me estiré lo más posible al teléfono, hasta alcanzarlo con la punta de mis dedos. Reposé el mentón en la tierra e inhalé una vez más. Acerqué el teléfono a mis ojos. No tenía señal tan cerca del edificio. Inserté el teléfono en mi boca, coloqué ambas manos sobre la tierra y me impulsé arriba. Caí de bruces y me rompí el labio inferior. Sin detenerme a pensar en el dolor, lo intenté otra vez.
Mis brazos temblaban, al igual que el resto de mi cuerpo. Mis tendones gritaron de dolor, mis huesos se escondieron y mis músculos pedían un respiro. El dolor me escocía desde la columna vertebral hasta las pestañas. Respiré seguido un par de veces hasta lograr colocarme en mi pierna útil. Di un brinco doloroso a la cima de cemento y me recosté sobre ella. Con la espalda sobre la pila, volví a observar la pantalla. Maldecía el dispositivo que Leonard usó para bloquear la señal dentro y cerca del edificio.
Con una rayita alcanzada, marqué el número de emergencias y esperé con el alma en vela. Nunca tardaron tanto en responder una llamada, como lo hicieron conmigo.
—911. ¿Cuál es su emergencia?
—Hay dos personas heridas en el edificio. Un hombre loco les disparó y huyó. Yo logré escapar y conseguir recepción de señal para pedir ayuda. Necesito que vengan de inmediato, por favor. No sé cuánto tiempo podrán estar vivos. Necesito que estén vivos. ¡No pueden morir! —Hablé a una estrepitosa velocidad. La lengua chocaba con mis dientes, los labios me temblaban, las piernas me dolían y mi cuerpo yacía inerte sobre el cemento—. Por favor, necesito que envíen a sus hombres por nosotros.
—Necesito que se calme y me cuente los detalles para así poder ayudarla —articuló la mujer de voz aguda—. Deme su nombre, por favor.
—Samantha Connick.
No supe de dónde saqué fuerzas para hablar y pedir ayuda. Mis labios estaban empapados de sangre, los dientes de dolían y la dureza del cemento lastimaba mi espalda. Me deslicé hacia abajo. Caí de lleno sobre la tierra y grité de dolor en el altavoz. La mujer me preguntó el porqué de mi grito, a lo que respondí que no estaba bien, que nadie en ese lugar lo estaba. Le repetí que debían llegar inmediatamente.
—¿Conoce la dirección, Srta. Connick?
—No… No tengo idea.
—¿Cuántas personas están con usted? —preguntó ella de nuevo.
—Dos personas más —respondí con los ojos cerrados—. Mi mamá y su novio.
No sabía por qué hacían tantas preguntas y no enviaban ayuda. Suficiente me tardé bajando las escaleras como para esperar que ella me hiciera su maldito cuestionario. Choqué mi frente con el talón de la mano y mantuve inamovible mi tobillo lastimado.
—¿Qué clase de herida presentan las otras personas?
—Disparos en el abdomen —sollocé al recordar la imagen.
—¿Hace cuánto tiempo les dispararon?
—Unos minutos.
Leonard se enfureció contra nosotros. Jugó con mi mamá, le disparó en el brazo, sufrió un golpe y creímos que no se levantaría. Fue un error no llevarnos su arma. No éramos asesinos, pero así podríamos defendernos de él. Fueron errores que nos costaron la vida. Fuimos ingenuos. Creímos que las historias sí tenían finales felices.
—¿El atacante sigue con ustedes? —preguntó la mujer.
—Esta escondido en la parte alta del edificio. —Sin esperar más tiempo y sin ánimos de responder más preguntas, solté una súplica, seguida de una verdad que me quemaba la lengua—. Por favor, envíen ayuda rápido. No quiero que mueran.
—Ya tenemos su dirección, Srta. Connick. Estamos enviando una ambulancia y las patrullas. —¡Al fin pude respirar algo de paz!—. ¿En qué estado se encuentra usted?
—Estoy herida, pero en estos momentos soy la menos importante.
—La ayuda va en camino —afirmó la mujer—. Permanezca en espera.
Los siguientes minutos fueron una agonía. Le supliqué a Dios, al cielo, a las estrellas, a los astros o a quién sea que estuviese escuchando, que no me los quitara. No era justo que murieran por mí ni por la mano de un hombre desequilibrado como Leonard. Esa historia merecía el final feliz, lo hacía, igual que el resto de las historias que se mezclaron en el camino. Yo quería un final feliz, y lo conseguiría.
El sonido de las sirenas de la ambulancia y las patrullas, llenaron el aire. Moví mi cabeza en la dirección del sonido, todavía mareada por los golpes y el dolor. Al tensarse el músculo de mi cuello, gemí por lo bajo y regresé la cabeza al frente. Cuando los autos se estacionaron y la ambulancia derrapó sobre la tierra, alcé mi brazo izquierdo para que supiera donde estaba. Mi cuerpo no se veía a través de la pila de cemento, así que usé mis brazos para indicarles mi posición. Escuché los pasos, las voces y los movimientos.
Varias personas se cernieron sobre mí, con sus equipos y sus preguntas. Achiqué los ojos, elevé mi mano y señalé al enorme edificio que se encontraba a mi derecha.
—Los heridos están dentro del edificio —mascullé con la garganta irritada.
Uno de los hombres, el mayor de todos, les colocó las manos en los hombros a media docena de hombres que se encontraban a su alrededor.
—Resguarden a la chica y que reciba atención médica —indicó con una voz similar a la de papá—. Dos equipos dentro, uno para encontrar al atacante y el otro de rescate.
Sentí que unas fuertes manos se tiraban hacia arriba y me colocaban en una camilla. Divisé el hombre a mi derecha. Su cabello oscuro se confundía con el color de su uniforme de paramédico. Tenía un casco sobre su cabeza, guantes y un cinturón muy apretado. Miré abajo todo el tiempo. Él, con ayuda de otro, me colocó sobre una camilla y revisaron mis signos vitales. Me hicieron varias preguntas, rompieron mi pantalón, cubrieron mis ojos lastimado con vendaje y presionaron las costillas rotas.
Estaba a punto de recostarme en la camilla, por orden de uno de ellos, cuando un sonido arreció contra mis tímpanos. La camilla se movió, las personas se agacharon por instinto y las vigas del edificio se deslizaron a un lado. Mi ojo se abrió de golpe, aun borroso, para distinguir las caladas de humo que salía del edificio.
—¡El edificio colapsa! —gritó el jefe, el que daba las órdenes—. Informe de daños.
—Las paredes se agrietaron, señor. No sabemos de donde proviene la detonación, pero se sintió como bombas subterráneas —comunicó el muchacho al que el policía le dio la orden de mantenerlo informado—. Enviaré a Kendall a revisar la zona.
—¡Salgan con los heridos de inmediato! —ordenó potente—. Es una orden directa.
Quité las manos de los paramédicos de mi cuerpo y descendí de la camilla. Mi corazón galopó desesperado ante la idea de un derrumbe. El edificio tenía sistema de gas, Leonard me lo contó mientras me mantuvo prisionera. Si llegaba a explotar una de esas tuberías, todo se derrumbaría. Los paramédicos me pidieron que regresara, pero evitando mirarlos o prestarles atención, me dirigí al hombre que miraba el edificio.
—¿Qué sucede? —le pregunté asustada.
Una detonación más nos hizo cerrar los ojos. Esa vez no fue una bomba. Fue algo más grande; algo que lanzó la primera chispa sobre las tablas viejas, los periódicos en el suelo, los recipientes de plástico y las ventanas. Una llamarada de fuego alcanzó de inmediato la zona oeste del edificio. El hombre junto a mí amplió sus ojos, colocó las manos en su radio de hombro, despegó sus labios e informó el estado suscitado.
—¡Necesito a los bomberos de inmediato! —gritó—. El edificio explotó.

Sort:  

Oh no por dios tengo la esperanza de que los hayan sacado espero esten a tiempo de salvarlos pobre Samantha esto que vivio ni en su otra vida lo podria olvidar .
Leonardo es un ser desquiciado y desequilibrado mental y lo dejaron actuar en su momento un error que les costo caro y solo dios sabe si sobreviviran a esto .
Me duele el alma me duele mi corazon .

Noooooo, tengo el Alma Rota y el corazón destrozado Nuestra Pobre Sam, nuestra niña hizo todo lo que tenia en sus manos para salvar las vidas de sus seres amados , sin importar sus heridas se levanto y siguió adelante demostrando que aunque todo se vea mal la esperanza es lo ultimo que se pierde.

Me siento desconsolada porque como decía Sam no era justo lo que estaba pasando y solo porque personas obsesivas se metieron en sus vidas, Desafortunadamente este juego del Destino está llegando a su final y no sabremos quienes serán los Ganadores, Por Ahora Sam esta Sobreviviendo.

Me dejas toda emocionada e intrigada con lo que su sedera si van a morí o tendrán una segunda oportunidad de vivir su gran amor, mi Vaquero y la Taheña .
Me gustaría que la tuvieran pero espero tu gran final.
#Esperando el gran final.

¿Qué me duele? Nada ☺

Me siento como una lectora sin corazón que terminó traicionando a los protagosnitas xD
Pero en realidad no es que no me duela porque dejé de quererlos, sino que desde el libro pasado comencé a prepararme para lo peor.

No, yo no sé con certeza qué es lo que va a pasar, pero sigo mentalizada a lo peor para seguir fuerte.

Sin palabras...solo digo q despues de esto Samanta necesitara un buen sicologo

tanta maldad junta y de seguro sale ganando..
sin nas comentarios trato de asimilarlo.

Pobrecita!!!! Todo el dolor que soportó sumado a ver a su madre practicamente muerta junto a Ezra. No quiero hacer ninguna suposición. Ella tiene razón , no es justo. Con mucha tristeza a esperar que viene. 😢😢

Dios mio... pobre Samantha. Cuanto dolor!! espero con ansias las próxima parte para saber que sucedió.

Aime Alejandra.

Por primera vez siento que nada duele. Que todo lo que me pasa a mí es pequeño frente a esto que vive Sam. Dije que no lloraría, y si me ves, no lo creerías pero así es: ¡Ni una sola lágrima! Y no es porque haya dejado de querer a Andrea y a Ezra, solo que bueno... He aprendido a ser fuerte y esperar siempre lo peor.

Pobre Sam todo lo que tuvo que pasar es tan triste pero lucho mucho y se aguanto el dolor por salvar a Ezra y Andrea y a ella mista por lo pronto sabemos que ella si seguira viva y podrá realizar y alcanzar sus sueños

Aún si sobrevivieran al derrumbe, podrían hacerlo con heridas d bala q no son leves? Lo veo difícil, mucha sangre perdida el cuerpo no resiste. Como digo, un milagro puede darse, no queda nada para averiguarlo, y si no así, pues haremos un minuto d silencio x la trágica y sentida partida d los protagonistas.