Amaba a la mujer a mi lado. Amaba la forma en la que fruncía la nariz cuando reía, como lamía su dedo menique cuando comía panqueques bañados con jarabe, amaba la forma en la que movía su cadera al caminar, los leves ronquidos a la medianoche, el color tan pálido de su piel, la manera en la que amaba y protegía a su hija, y amaba aún más la mujer en la que se convirtió. Amaba a Andrea White como nunca amé a nadie.
Ella movió sus pestañas y carraspeó la garganta. Frotó sus ojos un par de veces y pateó la sábana que se enroscaba en su pierna. Llevaba un short que apenas le cubría los muslos y un suéter blanco. Hacía demasiado frío, y su piel se sentía helada al tacto. Ascendí mi dedo por su mejilla y llegué a su cabello. Lo quité de su oreja y deposité un gélido beso en su piel. Ella sonrió y apretó mi cabello con su mano derecha.
—Buenos días —susurré al frotar su piel con mi nariz.
—Te toca hacer el desayuno.
Despegué mi rostro del suyo y la observé riendo, con los ojos cerrados.
—Yo amanecí bien, ¿y tú?
—¡Hablo en serio! —gruñó y empujó mi hombro—. Tengo hambre.
Inserté mi brazo debajo de su cuerpo y la lancé contra mi pecho. Ella sollozó y gimió por lo bajo, seguido de una risita de complicidad. Aun con los ojos cerrados, encontró mi boca y logró besarme. Apreté su espalda e inhalé el aroma de su crema corporal. Me sentía en el cielo cuando estaba con ella, y nada me arrebataría mi cielo.
Andrea despegó nuestros labios y relamió los suyos. Cuando abrió sus ojos, bajó la mirada a mi franela y tocó los bordes del cuello. Frunció el ceño y se irguió lo suficiente para sentarse sobre mis piernas y tocar mis costillas.
—¿Por qué te pusiste franela? —preguntó en tono serio.
—Porque hace frío —respondí.
—¡Quítatela! —demandó y comenzó a elevarla por la orilla.
—No.
Andrea cruzó los brazos y relajó el rostro. Hacía demasiado frío para sucumbir ante sus deseos, aun cuando lucía extremadamente sexy con ese suéter. Aunque hacía demasiado frío, ella siempre me provocó con su ropa de dormir. Claro, cuando estaba desnuda, era mejor. Ella sabía qué usar, aun cuando teníamos veinticinco. Andrea nunca aparentó su edad, y decía que yo tampoco, aunque no le creía. En ese momento usaba sus dotes sensuales para hacerme caer en lo que demandaba. Y al final lo consiguió.
—¿Por mí? —preguntó, parpadeó y brotó su labio inferior.
Solté un suspiro y elevé los brazos para que la sacara. Sentí el frío de la habitación en mi pecho y cuando Andrea tocó mi estómago. Sus dedos estaban helados y eso me contrajo. Ella delineó mi pecho con sus dedos, antes de aplastar su pecho contra mí y respirar en mi cuello. En otro momento sería sexy, pero me congelaba el trasero.
—Me encantas —susurró en mi oído—. Eres calientito. Como una mantita humana.
—Para eso quedé. Para ser manta y preparar el desayuno.
—Exacto —afirmó y se carcajeó.
Aunque quería que permaneciera con ese hermoso suéter, era justo que los dos nos diéramos calor corporal. Eso fue de lo poco que aprendí en el curso de primeros auxilios. Cuando una persona esta llegando a la etapa de la hipotermia, el calor corporal de otro cuerpo mantiene la sangre fluyendo. Inserté mi mano bajo su suéter y escuché un sollozo por lo frío de mi toque. Busqué su oído bajo el cabello y le susurré.
—Tú turno.
—Ni loca me quito mi franela. —Entendió lo que quería—. Estamos a dos grados.
—Quítatela. No seas tramposa.
—No. —En lugar de forzarla para que se la quitara, utilicé la técnica infalible de las cosquillas. Ella hacía lo que yo quería cada vez que la atacaba a cosquillas. Entre risas, ella intentó zafarse, pero sabía que conmigo no podía—. Ya, no me hagas cosquillas.
En lugar de quitársela, inserté mi cabeza bajo el suéter y respiré en su estómago. Mordisqueé su piel y la escuché reír descontrolada. Su piel estaba caliente y mi aliento también, así que era interesante hacerle cosquillas y soltar bocanadas de aire. Ella me suplicó que la dejara en paz, que se haría pipi si no la soltaba. Cerré los ojos y sonreí, antes de sacar la cabeza del suéter y lanzarla a un lado de la cama.
—Pareces una niña —pronuncié al quitar el cabello de sus ojos.
—Y a ti te encanta.
—Me encantas tú —afirmé.
Ella tocó mi cuello y me besó una vez más. No fue un beso con indicios de sexo ni una muestra afectiva de pasión. Fue un beso de amor, de esos que solo ves en películas románticas cuando están a punto de caminar al horizonte. Andrea se entregó a mí de la misma forma que me entregué a ella; sin restricciones, completamente, sin ataduras.
—Ahora prepárame el desayuno —susurró sobre mis labios.
—¿Y si pedimos algo? Tengo pereza.
—A Samantha no le molesta comer pizza en el desayuno.
—Pizza será —concluí antes de colocarme de pie.
Me coloqué de nuevo la franela y caminé al teléfono. Andrea me indicó donde estaba el número de la pizzería que trabajaba las veinticuatro horas. Ordené dos pizzas grandes, una vegetariana y una normal. Sabía que Samantha vivía en dieta perenne por la academia y casi no comía nada con carbohidratos. La mayoría de las veces desayunaba huevos, atún, lechuga, pollo o vegetales. Pocas veces la vi comiendo algo grasoso, así que ordené algo menos calórico para ella, aunque era un engaño.
Andrea preparó café y buscó una caja de galletas que mantenía en la parte alta de la alacena. Me contó sobre el viaje que haría en unos días y lo mucho que me extrañaría. Me pidió varias veces que la acompañara, pero me negué. Ese país no era para mí, no era mi estilo. No me sentiría bien, así que preferí quedarme en el pent-house la semana que Andrea estaría con Sam. No me quejaba. Vería televisión, pediría comida rápida, dormiría mucho y cuidaría el hogar de Andrea. Lo único que faltaría para completar mi felicidad era Andrea, pero sabía que estaría segura en otro país.
Andrea me besó justo cuando Samantha salía de la habitación. Ella carraspeó su garganta y se sentó en el taburete del mesón. Colocó ambos codos en el mesón y frotó su barbilla. Rodó la mirada de su madre a mí, para al final soltar un bufido.
—¿Podrían hacerlo en privado? —preguntó sarcástica—. Me dan cosa.
—De nuevo, amanecí bien, ¿y tú? —inquirí con una sonrisa.
—Preocupada. Anoche fue mi último baile. Ya no tengo nada que hacer.
—¿Qué hay de tus niñas? —preguntó Andrea.
—Ya me despedí de ellas. —Tocó repetidas el mesón con la mano derecha antes de colocarse de pie y abrir los brazos—. Literalmente estoy atascada en el pent-house.
Andrea guardó las galletas y arregló su flequillo. Caminé al lugar donde estaba Samantha y toqué su mentón. Ella no era mi hija, ni llevaba mi sangre, pero Samantha se ganó un lugar en mi corazón. Sin ella, no habría encontrado de nuevo a Andrea y nuestra historia tendría un final muy diferente. Ella ya no era esa niña que conocí y a la que subí a un caballo por primera vez. Era una mujer que se mudaría a otro país.
Me dolía saber que su historia con Keith no tuvo el final feliz que todos queríamos. Él no volvió a llamarla y ella borró su número. Ninguno sabía dónde estaba Keith o si habría regresado a Gresham. Me desligué de la compañía y de los jinetes, así que todo era un borrón y cuenta nueva para mí. Me emocionaba saber que en algún punto, cuando el destino lo eligiera, volverían a estar juntos.
Si Keith estuviera con ella, no estaría tan sola o aburrida. Y aunque no quería meter el dedo en la herida, necesitaba decirle algo que le sacara una media sonrisa.
—Te diría que llamaras a Keith, pero sé que no es posible. Lo lamento.
—No hay problema. —Cambió el tema de inmediato—. Creo que llamaré a Shana.
Cuando la pizza llegó, Samantha hizo una mueca de asco ante la vegetariana y apartó tres trozos de la otra. Al final, Andrea terminó comiéndose la vegetariana, al rehusarme totalmente a comer esa cantidad de vegetales. Fue un fiasco pensar que la chica que siempre se mantenía en dieta quisiera algo bajo en calorías. Samantha me recordaba mucho a Alma y sus locuras. Me hacía falta mi niña no tan niña.
—¿Ustedes tortolos qué harán? —preguntó con pizza en la boca.
—Ezra me ayudará a comprar unos muebles nuevos para mi oficina.
—Recuerda que el viernes nos vamos —le recordó.
—Lo sé —pronuncié entristecido—. Nos quedan cuatro días juntos.
Me resultaba un tanto insoportable alejarme de Andrea después de lo vivido. Sentía miedo de no volverla a ver. Creí que mi chica se marcharía y no volvería a verla. Andrea y to tuvimos tantos momentos decisivos, que nos dolía separarnos de esa forma. Acabábamos de volver y de pasar por un amargo momento, como para recibir otro golpe. Todavía allí guardaba esperanzas sobre nosotros, pero no tardó demasiado tiempo la burbuja antes de reventarse y mostrarnos el rostro del monstruo.
Samantha se levantó de la silla y limpió su boca. Caminó al refrigerador por un poco de jugo, lo destapó y bebió directo del envase. De momento Samantha adoptaba aptitudes de una chica sin modales. Tras beberse tres tragos de jugo, lo regresó al interior del refrigerador y recostó la espalda de la puerta. Masticaba mi pizza con la mirada en ella, cuando me frunció el ceño, caminó hasta donde estaba y tocó mi pecho.
—¿Por qué no vienes, Ezra?
—¿A Francia? —inquirí y ella asintió—. No es lo mío. Prefiero quedarme.
—¿Seguro? No hay nada más romántico que París.
Andrea le dio una de esas miradas por ser insistente, y ambas mujeres rieron. Me sentí halagado de que Samantha quisiera que las acompañara, pero sentía que eso era íntimo, madre e hija, y yo no tenía nada que hacer allí. Cuando Samantha quitó su dedo índice de mi pecho, apreté sus mejillas y besé su frente. Me encantaba estar con ella y la extrañaría mucho. Sentía que me quedaba sin mis chicas. Primero Alma, luego Andrea y Samantha. ¿Cuál sería la siguiente persona que dejaría ir?
—Gracias por preocuparte —emití y le sonreí—. Te voy a extrañar.
Ella enroscó sus brazos en mi cuello y se pegó a mi cuerpo. Apreté su espalda y le sonreí a Andrea. Ella movió los ojos y tomó un poco más de café. Recordé el año que la conocí y lo pequeña que era. Ante mí estaba una joven hermosa y dedicada al ballet, de la que tenía que despedirme en cuatro días. Ella me dejó abrazarla el tiempo que quise, hasta que se separó y arregló el cabello que caía sobre su rostro. La melena de Sam le llegaba a la cintura, ondulada y tan roja como la de su madre.
—Me voy. —Agarró otro triángulo de pizza—. Me llevaré una para el camino.
Se fue a la habitación y regresó con un gorro, guantes y una chaqueta larga. Se despidió con un movimiento de manos y salió del pent-house. Andrea se sentó en el taburete a terminar de comer. Hablamos un poco sobre lo que sucedería con nosotros y los planes después del retorno de Andrea. Le comenté que necesitaba buscar trabajo. No sería su mantenido, aun cuando eso quería ella. Necesitaba trabajar o no sería yo.
Andrea terminó de recoger la caja dela pizza y las tazas de café. Enroscó un mechón de cabello en su dedo y me invitó a que me acercara al mesón con un movimiento de manos. Enarqué una ceja y caminé sobre el gélido piso. Llevaba puesto solo las medias, así que el frío erizaba el vello de mis brazos. Ella tanteó mis dedos con los suyos y me acercó lo suficiente para meter sus brazos bajo los míos.
—Así que tú y yo estamos solos… de nuevo.
—Compórtate —refuté con una sonrisa—. Hay que salir.
Subió su pierna por la mía, la enroscó por mi espalda y me atrajo a ella.
—Puede esperar —susurró antes de besarme.
Y nos portamos mal, de nuevo. No nos cansábamos de estar juntos. Quizá intentábamos compensar los años que estuvimos separados o la ausencia de Andrea. Quería quedarme con su recuerdo con esa semana, pero todo resultó al revés. Fue ella quien se quedó con mi recuerdo, como lo último de mí. Una vez que estuvimos listos, salimos del pent-house. El frío casi me congela el trasero, pero logramos mantener el calor dentro del auto. Ya que estábamos juntos, debíamos decidir dónde irnos. Andrea alegó que el suyo era más cómodo, sin embargo fue una batalla que yo gané.
Andrea me indicó los lugares donde podíamos comprar. Las compras no era algo que me gustara, de hecho las odiaba. Detestaba caminar por todas partes y no encontrar algo que se adecuara a nosotros. Lo peor de todo fue que dejamos el auto en un estacionamiento y caminamos por toda la Quinta Avenida. No dejamos tienda donde no entramos, ni encontramos asesor que nos dijera algo diferente.
Después de caminar por más de dos horas, entramos de nuevo a la primera tienda. Estaba que convulsionaba cuando Andrea me comentó que quería los primeros muebles que vimos. Sonreía para no explotar, y entramos de nuevo a la primera tienda en toda la avenida. El encargado nos atendió con la misma sonrisa del principio y nos mostró de nuevo los muebles que Andrea vio por primera vez. No me importó si no estaba permitido sentarse. Me desplomé cansado. ¿Lo mejor de todo? Andrea también lo hizo.
—¿Te gustan estos? —Tocó el material con el que estaban hechos y se movió varias veces sobre los cojines—. Son oscuros y muy costosos. Deben ser buenos.
—Que algo sea caro no significa que sea bueno.
—Touché.
Mi Andrea sonrió y todos mis malestares cesaron. Andrea besó mi mejilla y se levantó a pagar los muebles. No le importó mi opinión o la poca durabilidad del material. Quizá, en el fondo, ella también quería acabar de una vez con eso. Cuando ella pasó la tarjeta de crédito, me levanté del sillón. Un hombre le preguntó si tenía dónde llevárselos o solicitaría que se lo entregaran en la puerta del edificio. Ella les comentó que se los llevaran a la revista y pagó el envío. Había que pagar hasta por respirar.
Cuando los muebles fueron suyos, elevó un poco sus pies para darme un beso pequeño. Estábamos a centímetros cuando su teléfono sonó. Ella buscó en su bolso el artefacto. Cuando observó el nombre en la pantalla, su rostro cambió. Frunció levemente el ceño y trago la saliva en su boca. Ella negó con la cabeza y elevó la mirada. No entendía qué ocurría o quién era la persona. Cuando le pregunté por qué actuaba de esa manera, ella carraspeó su garganta y me respondió.
—Es Maximiliano.
—¿Por qué te llama? —Sabía que ella no lo entendía, pero era la pregunta que aplicaba para ese instante. Raspé mi barba y coloqué ambas manos en mi cintura—. A ese hombre lo busca la policía. ¿Qué carajos quiere contigo un prófugo de la justicia?
—No lo sé. —Bajó de nuevo la mirada a la pantalla—. ¿Contesto?
—No. —Le quité el teléfono de las manos—. Yo lo haré.
Respiré profundo y llevé el teléfono a mi oído.
—Maximiliano.
—Nicholas Eastwood —replicó él al otro lado—. El hombre que buscaba.
—¿Qué quieres?
—Hablar con ustedes. Tengo una propuesta para Andrea.
Rodé la mirada a Andrea y ella elevó las manos. Necesitaba saber qué quería Maximiliano, y al no poder hablar con él la duda la carcomía. Escuché, por primera vez en tantos años, el corazón en mis oídos. Maximiliano no era un hombre al que le temía, no obstante, el saber que llamaba no indicaba nada bueno. Para evitar mirar a Andrea, giré y caminé al sofá que compramos. Fijé la mirada en uno de los cojines y continué.
—No estamos interesados en hablar contigo.
—No es debatible, Ezra Wilde. Dile a Andrea, que tengo a su madre y si no se reúnen conmigo en una hora, la mujer no pasará de esta mañana. —Escuché la amenaza bien fundamentada del hombre buscado por asesinar a tres personas. Maximiliano cruzó la línea de la obsesión y entraba a la locura—. Te enviaré la dirección. Esta de más decirles que no llamen a la policía. No quiero que tengan que recoger a mi ex suegra con una pala y armar sus pedacitos para que su hija la sepulte.
¿Cómo le diría a Andrea que Maximiliano tenía a su madre?
—Tienen una hora.
Capítulo 49 | Alma sacrificada [Parte 1]
Rodé sobre la cama y abrí los ojos. Andrea dormía boca arriba. Su brazo derecho rodeaba su estómago, sus ojos continuaban cerrados y su respiración era apenas perceptible. Ella dormía tranquila, segura. Sonreía ante los recuerdos de la primera vez que amanecí con ella y las veces que reímos en el desayuno. Merecíamos estar juntos después de tantos desaciertos y complicaciones. Nosotros éramos el vivo ejemplo de la perseverancia, y de que tarde o temprano ese hilo rojo se encoge y nos envuelve.
Mira, Aime Alejandra, tú tienes una severa obsesión con dejar picado a una. ¿Ahora? Pobre de mi Andrea :(
Maximiliano está loco, es verdad. Pero es un tipo que sabe como hacer las vainas, eso lo tengo bien claro.
Bien, creo que aquí es donde empiezo a tener el corazón verdaderamente dividido.
Por un lado están Ezra y Andrea juntos, sufriendo 😢
Y por el otro está mi bello y sexy Maximiliano malvado que se las sabe todas y... ay 😈 7u7
Creo que ya se nota que está ganando mi maldad, o más o menos eso.
La verdad es que lo disfruto mientras lloro por dentro xD
Pobres solo disfrutaron unos días porque Max ya tiene sus planes otra vez se van a separar odio a Ma seguro la condición para dejarlos con vida es que Ezra se alejé de Andrea y Ezra acepto por la madre de Andrea.
Oh sabia que esa burbuja mo era para siempre.
Asi o mas cobarde no se puede ser maxsicopata escondido jajaja como una rata se que tiene gente que lo apoya pero nada en para siempre .
El mal no gana sobre el bien nunca. Esa es mi fe
Que poco les duró la felicidad... se vienen momentos dificiles y trágicos. Mi corazón ya está hecho un estropajo...
Será la última vez q sepamos d la madre d Andrea viva? 😩 Es obvio q Max desea ver a Andrea y Ezra separados para siempre y esa acción no será la única q perpetrará, es el inicio. A quiénes mató Max? De q 3 personas habla Ezra? Si él es su objetivo final, un muerto más en su cuenta y una vida de prófugo no es algo q le incomode.
Será la última vez q sepamos d la madre d Andrea viva? 😩 Es obvio q Max desea ver a Andrea y Ezra separados para siempre y esa acción no será la única q perpetrará, es el inicio. A quiénes mató Max? De q 3 personas habla Ezra? Si él es su objetivo final, un muerto más en su cuenta y una vida de prófugo no es algo q le incomode.
Es demasiado complicado entender los cambios que da la vida en un segundo somos felices y al otro todo se despedaza la felicidad para Andrea y Ezra definitivamente no es. Definitivamente la obsesión es muy mala compañía ahora esperar con que mas sale este loco no es justo.....
Éste tío cada vez más loco
Hijo de la Gran Puta.!! Espero que recibas tu grn castigo Max.!!