Tomé del jugo de
tus ojos
la sal hiriente de
tu dolor.
Entre destellos
y centellas,
vi maravillado
el color de tu cabello
y de tu piel.
Oscura la noche,
con la luna mirando
a escondidas,
la nube parecía
guiñar un ojo
a tu espléndida
virtud,
la misma que yacía
destrozada
en mis calurosos
brazos.
Nada remueve
tus lamentos,
míticos llamados
al pasado
y
a los ancestros.
La semilla, dormida,
inmóvil,
se alista a germinar
en la tierra mágica.
Pero,
la esperanza,
siempre atrevida,
es el abono
perfecto
para que la semilla
germine
una
y otra
vez…