A continuación, les contaré un poco de mi experiencia y anécdotas que viví en el colegio. Soy egresada como bachiller en ciencias en la U.E.T.D Francisco "Morochito" Rodríguez; año escolar 2010-2011.
Lo que yo recuerdo de mi educación secundaria es cuando ingresé por primera vez al salón, yo estaba atrasada porque me enteré tarde de que fui aceptada en la institución como estudiante-atleta en el área de voleibol. Así que tenía que ponerme al día para presentar algunas evaluaciones que tenía pautadas, sí, entré a mi primer día de clase en la tercera semana (si mal no recuerdo). Mis compañeros y profesora me recibieron bien y me mandó la docente a incluirme en un grupo de tres para hacer un taller, no recuerdo con exactitud cuál fue la asignatura. Lo cierto es que trabajamos bien en equipo.
En horas de receso, yo solía sentarme al pie de un árbol para hacer las tareas que dejaban pendientes los docentes y así en las tardes entrenar sin estar pendiente de ellas. Me solían llamar “la solitaria” porque no era igual a los demás.
Luego, poco a poco me fui adaptando al salón a mi grupo de estudio y al equipo de voleibol por las tardes. Entrenábamos dos días por semana: martes y jueves desde las tres hasta las seis de la tarde, pues, los demás días la cancha la usaban el equipo de baloncesto tanto masculino, como femenino ¿cómo me iba en los entrenamientos…? al principio era muy torpe, no captaba rápido y se me dificultaba hacer un simple voleo, cuando ejecutábamos la recepción y me ponían a hacer el recibo en posición baja, la pelota iba a todas las direcciones menos a la indicada, era un disparate. Las chicas de segundo año entrenaban con nosotras, también iban personas más avanzadas y nos ayudaban con algunas fallas, conmigo perdían la paciencia porque cometía muchos errores y eso me ponía triste, en muchas ocasiones salía corriendo al baño a llorar. Yo comencé a mejorar en segundo año de bachillerato, ahí fue cuando ejecuté mi primer remate desde la posición lateral izquierda (puesto cuatro) y desde ese entonces empecé a amar ese deporte, a ponerle más dedicación, aunque me costara lágrimas de sangre.
El equipo de voleibol femenino en la cual pertenecí, representó el estado Sucre en varias ocasiones, la primera gira fue en el estado Táchira, como jugadores de minivol 2007. No ganamos ningún partido, estábamos pésimas, pero aprendimos muchas cosas allá y conocimos seres maravillosos, nos recibieron con calidez a pesar del frío que hacía allá. La segunda gira fue en San Juan de los Moros, Guárico, ya pertenecíamos a la Selección Infantil de Voleibol, 2008. Tampoco ganamos ningún juego, tanto es así que la audiencia hacía apuestas, tantos bolívares a Sucre que perderá, yo no encontraba en donde esconder mi cara. Cuando regresábamos a Cumaná, un señor nos veía pasar para ir a los entrenamientos y nos llamaban “las perdedoras de Sucre”, sí, es triste.
Las reglas del plantel eran muy exigentes y las que más me impactaron fueron: las chicas no podían usar el cabello suelto ni faldas, todas usábamos pantalones, zapatos negros o marrones (igualmente con las correas), no podíamos usar accesorios extravagantes ni maquillaje. Los chicos no podían usar zapatos deportivos cuando estaban con el uniforme de vestir (sólo estaba permitido usarse en educación física), no podían usar gel para el cabello y debían tener corte militar.
En las clases de matemáticas, la profesora ponía normas de convivencia y una de ellas era: no tomar agua ni masticar chicle, para mi era aterradora la de no hidratarnos. Teníamos que apagar los celulares, si a un estudiante le sonaba el celular, lo sacaba del salón o lo sancionaba. Lo bueno es que su método de enseñanza era bastante bueno y la entendía a la perfección, aunque las matemáticas jamás fueron mi fuerte. Siempre sacaba entre 15-16 puntos cuando era “buena” y regular eran entre 13-14 puntos o menos de esas. No recuerdo ni el primer 18 que saqué en esa asignatura, o solo era en sueños.
Yo amaba la asignatura de ingles porque era un idioma nuevo, era otro ambiente, la profesora de inglés fue un amor con nosotros, sus clases eran bastante dinámicas, lo que más me gustaba era cuando hacíamos diálogos en inglés, yo todas las noches me ponía a practicar para que sonara perfecto, en ocasiones las dramatizábamos un poco. Educación artística era el alma que cargaba en mis manos, el arte de dibujar y pintar era en ese entonces: mi momento de explorar con los colores, de viajar a otros mundos, de ver más allá que un simple dibujo; desde que era una niña me ha gustado las artes plásticas y el dibujo. "Cuando se trataba de hacer trabajos con dibujos, llámenme", amaba hacerlos, la profesora lo notaba, pues mis dibujos hablaban por sí solos. Esas asignaturas las aprobaba con altas calificaciones entre 18, 19 y 20 puntos.
Los docentes eran flexibles a la hora de evaluar, cuando los estudiantes-atletas hacían giras para representar al estado, adelantaban o posponían las evaluaciones pendientes. Los docentes evaluaban del 1 al 20, realizábamos exámenes escritos, discusión socializada, exposiciones... Yo sufría pánico escénico a la hora de exponer, no me gustaba que me mirasen, porque temía a que se rieran de mí, también tenía miedo a equivocarme, (creo que es el miedo de todo estudiante que quiere resaltar, por lo menos desde mi punto de vista). Recuerdo que en mi primera exposición arranqué a llorar en medio de ella, tanto fue el llanto y los nervios que la profesora me mandó a sentar, mis compañeros no se reían de mí, sino que se quedaron frenéticos por mi situación. Pero al pasar de los meses, comenzaron a hacerme bullying, la frase burlona que recuerdo era: "Eres peor que una regadera, tan grande y tan llorona". A mediados del tercer lapso en mi primer año de secundaria, yo decidí romper las reglas un poco y arreglarme un poco más solté mi cola de caballo y dejé que mis rulos actuaran con libertad de expresión ya que miraba al resto soltar su cabello y no les decían nada, yo sólo quería sentirme con más seguridad y confianza, que todos me vieran "bonita" y ganar popularidad. Recuerdo que cada vez, yo entraba al salón de clases y los chicos del salón cantaban la típica canción del comercial Johnson's Baby para el cabello rizado, todos al unísono: "yo nací con cabellos de rulitos, montones de rulitos, soy un rulotón, hacen toing-tonig(...)" media clase lanzó su carcajada y yo sonreí y dije dentro de mí: "al menos me miran diferente..." pero en realidad era otra de sus bromas. Pero con el tiempo ya no me importó, seguí luchando por aprobar todas mis asignaturas y aprender más del voleibol mi sueño ha sido igualar a mi hermana mayor, siendo la atleta representando a Venezuela entrenando con la selección nacional y viajar por el mundo entero. Así que mi mente estuvo enfocada en eso y no en el qué dirán de los demás. Fui una de las estudiantes con mejor promedio, diecisiete puntos para ser exactos.
Al finalizar el tercer lapso, los directivos del plantel organizaron un evento "Festival de la voz UETEDISTA 2007”. Me atreví a participar porque me gusta mucho cantar. Ese día entoné una canción del Tío Simón Díaz, titulada: "Luna de Margarita", desde ese entonces el miedo escénico lo olvidé por completo, mis padres, no me habían escuchado nunca cantar, y después de que canté vi que mi padre lloraba de emoción entre el público. Cuando bajé de la tarima acompañada de los aplausos, mi profesora de geografía me abrazó diciendo: - ¿ves que sí se puede?, ¡lo lograste! En mi mejilla corrieron lágrimas; luego mi padre se acercó y me dio un fuerte abrazo diciéndome: - "Estoy orgulloso de ti, hija." Frase que no olvidé jamás. Entre esas vivencias hay muchas más, tanto que en cinco páginas quedarían muy cortas, por eso les voy a contar cuando me fui a estudiar una temporada en Caracas, estuve en la pre-selección nacional de Venezuela cuando cursé tercer año de secundaria. ¡Uno de mis sueños más valiosos se hizo realidad!, las normas de ese instituto eran aún más fuertes que las del colegio en el que cursaba. En el entrenamiento parecíamos reclutas, entrenábamos todos los días desde las nueve de la mañana hasta las doce del mediodía, luego nos íbamos a almorzar en el comedor del Instituto Nacional de Deportes (IND) para finalmente ducharnos e ir al colegio, en mi primer día también llegué tarde pues, en el entrenamiento me llené mucho de agua y no entré a almorzar sino que me duché y preparé para ir al colegio, faltaban quince minutos para la una (hora para entrar a clases), pero tenía que obligatoriamente almorzar, los entrenadores y las compañeras de equipo exigían que teníamos que alimentarnos bien, comí lo más rápido que pude y partí al colegio. Al llegar, lo único extraño que mis compañeros veían en mí era mi uniforme: camisa de vestir azul, zapatos negros y pantalones de vestir. Mis compañeros al verme dijeron: - el uniforme es: mono o jeans, zapatos deportivos y chemise, no ese uniforme tradicional. Noté que allí era un mundo distinto al que yo acostumbraba vivir, me pareció genial, podía ir como quisiera sin estar usando esos zapatos incómodos, era perfecto. Pero en las noches después de clases y de la cena entrenábamos duro hasta las doce de la noche.
Los profesores también evaluaban del 1 al 20, pero el sistema educativo lo percibía mucho más fuerte que el de acá. Pero aun así me fui adaptando, tanto así que reprobé mi primer examen de física, yo entendía toda su clase, de hecho, intervenía en el salón, pero a la hora del té, resulta ser todo lo contrario. Mi rendimiento académico no era tan bueno como el rendimiento deportivo, en el voleibol le dedicaba más tiempo y aprendía mucho más rápido. En ese mundo solo duré 3 meses, pues el apego familiar resultó ser la causante de mi decaimiento, tanto en el deporte como en la academia no rendía, a los 14 años y medio de edad me dieron de baja y regresé a Cumaná, Edo- Sucre para continuar mi bachillerato hasta el final. Una vez de vuelta a la cuidad volví a ser la misma chica aplicada y dedicada.
En quinto año de bachillerato, los profesores nos daban charlas de cómo debemos adaptarnos en la universidad, ya que allí se ve de todo, es otro mundo y otro ambiente, recuerdo que nos decían: “en la universidad no hay seccional, ni profesor guía, en la universidad tienen que aprender a defenderse (…)”
Luego hicimos nuestro proyecto comunitario: restaurar las áreas internas y externas del plantel, en el patio central mandamos a hacer un mural, le pedimos que dibujara a unos bachilleres corriendo hacia la meta y que uno de ellos estuviera en la recta final con el título en la mano. En la parte de afuera hicimos unas banquetas y mesas, sembramos plantas en el jardín y mandamos a hacer otro mural en el muro que dividía el jardín y la otra calle, el dibujo era unos niños sembrando y regando los árboles, quedó precioso. El proyecto fue aprobado y finalmente el 28 de julio del 2011 fuimos bachilleres en ciencias de la República Bolivariana de Venezuela.
La enseñanza que me dejó el plantel es que, a pesar de los tropiezos y derrotas, siempre debemos avanzar y seguir adelante. Habrá quienes nos quieren ver caídos, pero eso no es impedimento para luchar. Lo que más valoro de mi colegio U.E.T.D Francisco "Morochito" Rodríguez, es la entrega de los docentes a la hora de enseñarnos, es la pasión que expresan a la hora de contarnos una historia, la historia del boxeador que hace 50 años, obtuvo la primera medalla de oro en las olimpiadas de México, 1968: Morochito Rodríguez. Orgullo sucrence que guardo en mi corazón.
Me despido dejando un mensaje que escribí en mi álbum de graduación dice así:
"Cuando creí que todo era oscuro, se enciende la llama de la alegría y tranquilidad; todo se ve más claro, más que el agua cristalina... ¡No todo es color rosa!, pero hay que saber enfrentar la realidad para no quedar perjudicados. Por eso le agradezco a Dios, a mis padres y al resto de mi familia por enseñarme a crecer y ser feliz. Siempre tendré grabado en mi corazón los momentos con mis compañeros de clases, las risas, los llantos, las peleas y nuestra meta lograda… ¡Por fin somos bachilleres!, esto no se queda aquí porque aún existen caminos por recorrer."
-Lj. Torres, 2011