Sobre un mar en calma y bajo un sol abrasador, viajaba a la deriva la embarcación vikinga que hacía apenas unas horas comandaba el valiente rey Einar de Namdalen, un pequeño reino noruego que peleaba por conquistar nuevos territorios y anexarlos a su fuerza militar y comercial.

Einar, casi agonizante, revivía la cruenta batalla en una terrible pesadilla que lo hacía saltar de forma involuntaria en el mojado piso de la nave. Tras la tragedia no quedó ningún tripulante en la embarcación. Solo el rey, que justo antes de perder la conciencia agradecía a Odín por haber salvado su vida.

Los sueños del rey lo mantenían en el momento de la batalla, justo cuando los rudos guerreros bajo su mando, en los diferentes barcos, disparaban flechas ardientes contra las embarcaciones enemigas. Muchas se convirtieron en una gran masa de fuego que se consumía sobre el mar, los vikingos saltaban al agua con sus ropas encendidas, gritando de dolor y felicidad porque pronto estarían en el Valhalla celebrando, bebiendo y comiendo junto al Padre de Todo, en su gran festín.

La suerte parecía sonreírle a Einar y sus tropas cuando de forma sorpresiva y como si fuera una jugarreta de Thor, se desató la más salvaje tormenta jamás vivida por el arriesgado rey y sus valientes guerreros. Las olas alcanzaban alturas descomunales, ya no se trataba de las flechas ardientes de los súbditos de Einar, sino rayos voraces que daban con los mástiles de las embarcaciones.

Uno a uno los barcos fueron colapsando. Algunos se hundían, otros se partían en dos, otros eran literalmente volteados por las olas. Solo un barco se mantuvo casi intacto. Con las velas raídas y el mástil aún en pie, aunque muy maltrecho, Einar continuaba desafiando a los elementos y gritando a Odín, preguntándole por qué había decidido acabar con la batalla justo cuando sus tropas llevaban la delantera.

En medio de gritos y sacudidas frenéticas, el mástil terminó de caer y una de sus estacas ardientes alcanzó a clavarse bajo la clavícula del excitado rey y aunque cayó muy cerca de su corazón, no logró alcanzar el vital órgano. Einar continuaba con vida, pero, ¿por cuánto tiempo? En un suspiro agradeció al Padre de Todo por haber salvado su vida e inmediatamente cayó en un profundo sueño.

Unas horas después el barco encalló en una pequeña y paradisíaca isla. El golpe despertó al rey agonizante que, casi sin fuerzas logró descender de la nave. En las blancas y suaves arenas de la hermosa playa, Einar cae nuevamente abatido por el dolor, por breves instantes vuelve a perder la conciencia y de pronto al abrir nuevamente los ojos, ve dos hermosas mujeres, blancas y rubias, muy altas y con finas facciones. Eran dos valkirias que venían por él para llevarlo al Valhalla, pero eso no fue lo más sorprendente.

Al voltear, Einar ve un gran caballo blanco de ocho patas junto a él, del cual descendió un anciano blanco y alto, con largas barbas y un parche en un ojo. Se trataba de Odín, el Padre de Todo. Einar por unos segundos olvidó el intenso dolor que lo atormentaba y le sonrió al anciano dios. No pudo decirle ni una palabra, pero Odín si le habló.

- Rey Einar. Has demostrado tu valentía y pericia como comandante de un gran ejército, serás recordado por tus súbditos como un rey justo, para mí, eres un verdadero héroe y he venido personalmente, junto con mis dos valkirias favoritas a buscarte y cabalgarás conmigo sobre el lomo de mi amado Sleipnir hasta llegar al Valhalla, donde te espera un gran festín. Comerás, beberás y celebrarás eternamente por ser uno de mis más amados guerreros.

En ese momento Einar dibujó una gran sonrisa en su rostro y cayó en las blancas arenas, bañado por el tibio mar en aquella isla que nadie pudo encontrar jamás. Sin embargo, su leyenda fue contada por décadas y las aventuras de Einar recordadas por el propio Odín.