Las manifestaciones del ego pueden ser positivas o negativas. Las positivas las conocemos bien, el aplomo, la perseverancia, la resiliencia, la firmeza, el carisma, capacidad de liderazgo, etcétera. Aunque no siempre son claramente positivas, muchas veces son neutras, y por lo tanto, no negativas.
Pero también existen las manifestaciones negativas del ego, que básicamente pueden agruparse en torno a tres conceptos: egoísmo, egolatría, y egocentrismo.
El egoísta es aquella persona cuyo comportamiento va encaminado fundamentalmente al beneficio personal, nunca al beneficio ajeno. En otras palabras, no concibe el altruismo en su día a día. Buscar el beneficio personal no sólo no es malo sino que es conveniente. Pero es preciso discernir: si eso tiene como consecuencia la ausencia de altruismo, estamos siendo egoístas.
El ególatra es aquella persona que necesita tener seguidores que permanentemente le estén “dorando la píldora”, ensalzando sus virtudes, y evitando cualquier mención a sus defectos. El ejemplo sería el “jefe” o “político” que se rodea exclusivamente de individuos sin personalidad que le siguen ciegamente. Hay mucho “gurú” en esta categoría, que necesitan tener una corte de fieles embelesados cada vez que abre la boca.
El egocéntrico es quien necesita que todo gire en torno a él. Ha de ser el centro de atención. Son personas con un elevadísmo afán de notoriedad. Han de ser protagonistas, y no necesariamente por un buen motivo. Actúan siempre para mantener la atención sobre ellos y cuando no es así se les puede ver muy incómodos, porque les falta el alimento que para ellos supone la mirada atenta de los otros.
Las manifestaciones negativas del ego son marcadamente regresivas y anti-evolutivas. En el primer caso (egoísmo) porque nos impide disfrutar de la entrega a los demás. En los otros dos (egolatría y egocentrismo) porque nos hace personas dependientes de los demás, incapaces de valernos, afirmarnos, por nosotros mismos.