Claro que fue duro para mí salir del país, especialmente dejar a mis viejos que tanto me necesitaban. Pero justamente por lo que me quería quedar, su salud, era por lo que debía urgentemente buscar nuevos horizontes y nuevos ingresos. Mis padres ancianos necesitaban cada vez más medicamentos costosos y solo yo, como único hijo, podía resolver aquellos problemas económicos. Así que resolví irme y desde el nuevo país, enviarles dinero para todos los gastos.

Aunque ellos se encontraban bien, insistí en contratar a alguien que estuviera con ellos las 24 horas del día: por eso contraté a Nora. Nora no solo fungía como enfermera, también como cocinera, limpiadora y hasta como amiga. Ella me tenía al tanto de todas las necesidades y malcriadeces de los viejos:

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_El señor Perucho no ha querido ponerse hoy la chaqueta para el frío y la señora Elvira ha pasado todo el día haciendo mermelada y no ha dejado que la ayude –me ponía al tanto Nora. Entonces, yo llamaba a mis padres y hablaba con ellos:

_¿Entonces qué les pasa a ustedes, viejos, que no quieren hacer caso? ¿Cómo es eso que se están portando como niños? –les preguntaba medio en broma, medio en serio. Entonces mis padres se quejaban que Nora no los dejaba hacer cosas:

_Es que para eso ella está allá: para cuidarlos. Ustedes los único que deben hacer es hacer caso. Nada más –le repetía una y otra vez.

Un día, antes de salir del trabajo, vi que Nora me llamaba insistentemente, temí lo peor y contesté inmediatamente:

_Le llamaba para decirle que Don Perucho se ha anotado en un maratón –dijo Nora escandalizada. Yo sabía que papá había sido maratonista cuando joven, pero de eso ya hacía mucho tiempo, así que hablé con él para que desistiera del asunto, pero mi viejo, más terco que una mula, dijo que ya estaba entrenando para eso y que participaría con o sin mi consentimiento. Lo único que le dije fue:

_Bueno, por lo menos te cuidas.

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Después de eso supe que papá entrenaba todos los días por la mañana y que mi mamá lo acompañaba. De una u otra forma me sentí bien y hasta me sentí culpable por no acompañarlo.

El día del maratón yo estaba en el trabajo y aunque lejos, estaba pendiente del desempeño de mi padre. Mi alegría se desbordó cuando me enteré que mi padre había llegado primero en su categoría. Sin poder creerlo, lo llamé emocionado. Luego de felicitarlo y demostrarle lo orgulloso que estaba de él, le pregunté:

_¿Y cómo hiciste para llegar de primero, viejo? ¡Eran muchos kilómetros!

_Fácil, hijo. Imaginé que corría para verte. Me dije que solo aguantando y manteniendo el ritmo, podía llegar al país donde tú estás. Corrí para acortar la distancia que hay entre nosotros. –aquella respuesta fue la que me hizo volver a mi país, pero no caminando, sino en un avión, después de tres años.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS