[ESP] Versos de un alma prisionera


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Versos de un alma prisionera

En esta penumbra, donde el tiempo se ha detenido para mí, me encuentro a solas con mis pensamientos y mis remordimientos. Cada amanecer es una lucha, un acto interno que se libra detrás de las barras e incluso de mi propia mente. Aquí, donde apenas se filtra la luz del sol, he aprendido a encontrar la belleza en lo más confuso, a transformar mi dolor en poesía.


Escribo versos en las frías paredes, con la esperanza de encontrar redención, y en cada línea, en cada poema, busco el perdón, la paz, la absolución. Mis palabras se han convertido en mi única arma, en esta guerra contra mi propia culpa, y aunque a veces mi espíritu está desarmado, sigo combatiendo, sigo en esta reyerta.


Mis manos, antes fuertes, ahora tiemblan al recordar el pasado, el momento en que cambié mi destino, por un acto de rabia incontrolada.
Su rostro, la víctima, me persigue, en cada sombra, en cada rincón oscuro, y aunque mi corazón a veces finge, no puedo escapar de este duro destino.


Cada mañana despierto con el primer rayo de sol, que tímidamente se cuela por la ventana, y en mi pecho siento el peso del papel, de un hombre que en la sombra se desmorona.


El silencio es mi único compañero en este mundo de hierro y hormigón, donde el eco de mis pasos aprisionados resuena como un discreto lamento. Cada día es igual, una rutina que se repite sin fin, sin esperanza, y aunque mi alma por la noche está destinada a soñar con la libertad, no me basta.


La noche solo trae silencio, lo envuelve todo en un manto de calma, y en la oscuridad encuentro el consuelo de saber que aún tengo alma. Entonces los guardias pasan, con miradas vacías, sus rostros son máscaras de indiferencia, y yo, en mi celda, calculando los días, que se escurren como arena en la ausencia.


Quisiera mirar a las estrellas y preguntarles si ellas también sufren, si en su brillo hay un dolor igual al que cada día se esconde en mi pecho.


Sin embargo, consigo dormirme, el sueño es mi escapatoria, mi refugio, donde puedo ser libre, aunque sea por un instante, y en ellos vuelo lejos, sin el yugo, de esta prisión que me ata constantemente. En mis sueños veo campos verdes, cielos abiertos, y siento el viento en mi rostro cansado, pero al despertar, vuelvo a los desiertos, de esta celda, mi hogar desolado.


A veces pienso en el perdón divino, si algún día podré ser absuelto, y aunque mi crimen fue grande y mezquino, espero que mi arrepentimiento sea verdadero. Por ello rezo en silencio, pido clemencia, a un Dios que tal vez no me escuche, pero en mi corazón guardo la esencia, de un hombre que aún lucha y no se abuchea.


El tiempo pasa lento, pero pasa, y en cada día encuentro una lección, de que la vida, aunque dura y escasa, aún puede ofrecerme redención.


Mis versos son mi legado, mi historia, que dejo en los muros de esta prisión, y aunque mi cuerpo esté marchito, mi alma siempre buscará liberación.



Salgo al patio, y el cielo es gris, camino en círculos, perdido en mis pensamientos, y a cada paso, a cada segundo, vuelvo a sentir el peso de mis remordimientos.


Los otros prisioneros, sombras sin nombre, comparten mi destino, mi condena, pero no somos amigos, aunque a veces hablamos del hombre, de quiénes éramos antes de esta cadena. Hay uno que toca la guitarra, sus dedos bailan sobre las cuerdas, y en su música encuentro la rara sensación de libertad que me recuerda. Cantamos juntos, nuestras voces se elevan, en un coro de almas rotas, y por un momento, nuestras penas desaparecen, en notas que vuelan, liberadas.


Las cartas que recibo son pocas, cada una es un rayo de luz. Mi madre, mi hermana, sus palabras tocan, mi corazón, y en ellas encuentro mi cruz. Me hablan de la vida fuera, de los cambios, de los días que pasan, y aunque mi celda es mi frontera, sus historias abrazan mi espíritu.



El día de visita es un oasis en este desierto de soledad, y aunque breve, es un paréntesis que me llena de una extraña paz.


Observo en mi madre, un rostro cansado, sus ojos aún brillantes de amor, y en su abrazo, aunque breve y silencioso, encuentro un refugio para mi dolor. Ella trae consigo los recuerdos, de una vida que ya no es la mía, trae sueños, aunque sean pocos, siento que soy libre, vuelvo a la alegría. Pero cuando ella se despide, la realidad me golpea, los barrotes, la celda, mi condena, y aunque mi alma flaquea, sigo buscando en mis versos que se aleje la pena.


Escribo para no olvidar quién soy, para recordar que aún tengo alma, y aunque mi cuerpo en esta celda se pudra, mi espíritu siempre busca la calma.




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