Mi mente se niega a aceptar el hecho de que no estás a menos de un piso de distancia sino a muchísimos kilómetros de distancia.
Mi psique sigue esperando escuchar en cualquier momento el llanto o la risa de Salomón y mi boca está lista para llegar a tu casa y decir "bendición Mamá Chela" aunque ella no esté allí para responderme.
Sigo sin procesar el hecho de que no estás aquí, mi grandota, pero poco a poco mi cerebro comienza a sacar las conclusiones de tu ausencia.
Hoy, por ejemplo, no podré aprovechar mi día libre improvisado para sentarme a jugar contigo y hablar con Salomón (o era al revés?!) ni podré tratar de sonsacarte para que me acompañes al mercado del Callao o a Abancay a comprar unos zapatos.
Hoy empieza a ser evidente que no estás aquí, mi grandota, y el dolor que eso causa me hace brillar una lágrima...
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