Soy hija de la revolución o así me decía la gente cuando les decía que había nacido en el ‘96. No conocía a más nadie que a Chávez o como le llamaba mamá Elena, “el innombrable”. Caldera, Pérez Jiménez y tantos otros presidentes que vinieron antes, para mí eran como fantasmas distantes de otra Venezuela, de una Venezuela igual de jodida pero entre comillas “mejor”.
Ciertamente hay situaciones en la vida de una persona que no se eligen, como a tu familia y el momento histórico en el que naces. Yo no decidí nacer en la familia Constapio, pero mucho menos decidí nacer en un país que se estaba cayendo a pedazos poquito a poco, poquito a poco como decía mamá Elena cuando después de vomitar me daba de comer. Por ello, el momento histórico en el que nací inevitablemente marcó mi vida, porque yo jamás supe lo que era caminar por Sabana Grande de noche o ir a un concierto de alguna banda extranjera en el Poliedro de Caracas. Mucho menos pensé llegar a decir que no sabía realmente lo que era entrar a un supermercado y tener mil marcas de cereales para elegir, pero más allá de todas esas cosas lo que realmente me marcó fue el miedo. El miedo de salir a la calle, el miedo de que la plata no alcanzara, el miedo a no poder salir de aquí y sentirme encerrada por siempre.
El venezolano siempre vivía con miedo.
Mamá Elena trataba de que yo viera siempre las cosas bonitas de Caracas. De pequeña me llevaba al museo de Bellas Artes y al Museo de Ciencias Naturales, al cual le tenía demasiado miedo porque los animales disecados y los sonidos que salían por los parlantes parecían tan reales que sentía que entraba en un mundo paralelo cada vez que entraba. Todos los diciembres íbamos a ver el Cascanueces en el Teresa Carreño y mamá Elena me dejaba correr por el teatro y jurungar los libros viejos que vendían en las tienditas. Recuerdo cuando íbamos al cine del Sambil o cuando lloraba intensamente porque quería comprar una cajita feliz de McDonald’s. Recuerdo las fiestas de mis amiguitos del colegio Hebraica, cuyas madres se gastaban todos los riales del mundo compitiendo con las mamás de otros niños para ver quién hacía la mejor piñata.
Siempre fui una niña tranquila, curiosa e interesada por cosas que quizás a mi corta edad no muchos niños se interesaban, pero mamá Elena y Chávez me criaron así, una con el interés por aprender y el otro con unas ganas inmensas de salir al mundo porque sabía que ese país no tendría mucho que ofrecer para mi curiosidad. Crecí entonces en una familia de mujeres luchadoras, de mujeres que no se dejaron joder por ningún hombre y en algunos momentos deseaba yo también ser así.
La serie de eventos que se desencadenaron después de mi decisión de quedarme en Venezuela, fueron buenas y malas, pero aún así fueron los acontecimientos que me hicieron crecer y que me han hecho la mujer que soy hoy en día. Quizás mamá Elena no estaría tan orgullosa de todas las estupideces que hice por hombres o por simplemente figurar dentro de un grupo de personas, pero estoy segura de que lo estaría por lo que me he convertido y de lo que seré en algún futuro (si en algún momento dejo de cagarla tanto por amor).
Me gustó tu historia. Para no cagarla por amor, déjate a un lado el amor si no te acompaña en tus aspiraciones y deseos. Esos amores no suman, al contrario restan y dejas de ser una mujer fuerte como todas las que forjaron tu familia. Con miedo no se ama, ¡ Que les den! Sigue tu camino, chata, que tienes mucho que aportar al mundo