A los 29 años, cuando leía muchísimo al escritor argentino José Luis Borges, esperaba también hablar de libros inexistentes en idiomas inventados escritos en universos paralelos. Y abrí un blog llamado Piano de Letras para publicar cuentos cortos, bastante ficcionados, y aquí les dejo tres.
Cónico
Este edificio tenía la forma de una espiral cónica. Era como un sorbete de helado, incluso en su color blanco mantecado. Se levantaba por casi 1500 manos extendidas y estaba rodeado de una escalera metálica de caracol pintada de rojo que entraba y salía desde su base hasta poco antes de su cima. Allí estaba rematada con una punta perfecta: puntiaguda, elevada, rectísima. Al ver desde lejos este nuevo edificio parecía estar lleno de hormiguitas que entraban y salían, recorriendo las escalinatas que lo rodeaban, apareciendo y desapareciendo mientras recorrían la estructura como un inmenso enjambre de abejas. Hacía allá caminaba yo en ese momento.
Fui directamente al primer piso, dónde estaba el bar. Allí conocí a Fabiana, una chica de más allá del Sur. Cabello rizado y rubio, facciones fuertes, ojos café no tan brillantes. Muy alta y delgada. No me gustó. Ella preguntó con un halago disfrazado de sorpresa si estaba solo, insistió en saber porqué y preguntó si me gustaría más tarde dejar de estarlo. Yo que prefiero la soledad del que sabe esperar acepté la invitación como quien vive el sueño de una segunda oportunidad, sólo para saber, para vivir, para tener el poder de tener el sí y el no, el universo en la palma de la mano que se bifurca para siempre en decisiones inconmensurables y aleatorias. Quise tener un control que ni imaginamos.
Quise vivir lo que desprecié en aquella ciudad del Nor-Norte, cuando una isleña del país de Lon hizo lo mismo y yo no supe qué hacer exactamente. No era como ahora. Demasiado insistente a veces.
Me fui volando en un águila de pergamino, soñando ser como Rimbaud. A mi edad ya es inútil encerrarme en un laboratorio, leer lo que no he leído, viajar a las cuatro esquinas del mundo. Sólo me queda mi Piano de Letras con el cual destruir todo lo logrado hasta ahora. Acabar con mi inteligencia y dejarme llevar por deliciosas arpías a lechos, rosas y placeres inusitados, sólo por las apariencias, los perfumes y las telas
Pirámide
Existe una civilización, que es la mía y también es la tuya. Su cuna es de marfil, de ébano, de cristal de sábila y de luz de sol. Tiene bosques mitológicos, llenos de ríos, brillantes, miradas a lo lejos y sombras sembradas a la orilla de los árboles. Altísimos, éstos dejan apenas caminar entre sí como entre mágicas ventanas, pequeñísimas motas de polvo que flotan hacia todos lados. Son microscópicas burbujas rosadas, esas que vemos al voltear bruscamente en un día encendido y que realmente son burlescas formas del oxígeno. Hay historia alrededor de tus besos, de esos ricos besos que me llenan con sus labios, tu lengua traviesa, tus dientes blancos, tu abrazo sobre mi cuello.
Cuando era pequeño solía tenerle miedo a los manglares. Había una playa a la que siempre iba a ver esas subversivas raíces acuáticas. Aún siendo de madera, me extrañaba que nacían a orilla de la playa y sus hojas eran nenúfares que bailaban con el ir y venir del oleaje. Todos se sentaban allí, se hacían fotografías invitándome pero yo tenía miedo. Nunca me ha gustado el roce de lo áspero, huyo despavorido del dolor físico, de lo incómodo, de lo que podría herirme y de lo que hacen los demás. La peligrosidad filosa de lo común para un rechazado.
De allí hasta acá ha pasado demasiado tiempo. Lo revivo como un recuerdo al cual cayese desde una altura de 33 pisos a toda velocidad, a punto de morir. Nace ella y nazco yo, consecutivamente, como en un torbellino de casualidades burlonas. Muere aquella y nacen mil. Disparan un misil y siempre cae sobre mí. Mi vida está hecha de mujeres, entrelazadas una sobre otra, como una cadena. Y yo no sé qué hacer con todas, con tantas y tan poquitas. No hay una poesía donde quepan todas. Son como pequeños bloques de madera, constituyendo una pirámide azteca. Y desde la cúspide, veo mi civilización, y sus bosques. Siempre mitológicos, densos y extraños.
Ojo de Verónica
Brillaban al revés, hacia adentro. Con un eclipse lunar interno, como un espiral o un abismo, en realidad. Creo que más bien parecían un laberinto con el Minotauro cruzando rápidamente en cada parpadeo.
Exactamente eran así. Un abismo espiral que giraba dentro de su propio eje, cavilando nerviosos mientras dormían. Soñaban claro está, y la sonrisa venía inmediata. Sus dientes, encantadores y sin destrucción visible, ideales para mí.
Ojos cerrados, su sonrisa inevitable y yo. Detrás de las cortinas de oscuridad, justo en el medio de las luces de neón que entran ruidosas por las ventanas, agitándolo todo. Yo aguantaba la respiración, todos los demás estaban dementes, todos menos yo.
La luz entra perpendicular por la ventana de cuatro vidrios en la ilustración de mi libro de lectura. Aquí no es diferente por eso me maravillo; es una fantasía hecha realidad porque recuerdo, perfectamente, que tú ya estabas allí cuándo yo no te veía. Y aún así, la vida continuó como si todo fuese una gran casualidad. Y la realidad fuese así de loca.
De repente, yo sentado frente a ti, viendo la luna eclipsar girando hacia dentro de sí misma en un oscurísimo abismo de forma espiral, dentro de tus ojos. Con un sonrisa imperfecta que te hace persona frente a mí, sentada también.