Esta es la Tercera Parte de la Saga de El Inventor de Atenas si quieres leer lo anterior, dejo contigo la Primera Parte y la Segunda Parte.
Las olas golpeaban lentamente la arena calmada. El Sol era totalmente inclemente, y los rayos de Apolo tocaban a cada habitante de la Isla. El sonido de picos, hachas y martillos era repetitivo y resonaba por todo el lugar. Los quejidos de los obreros al esforzarse eran combinados con el sonido de las gigantes piedras siendo arrastradas, para colocarse en los que habrían de ser murales enormes semanas más tarde.
Dédalo tenía los ojos cansados. Había pasado noches enteras frente a los planos, trazando, pensando, ideando, creando. A pesar de tus parpados caídos, Dédalo tenía la firme convicción de que hacía lo correcto, por lo tanto un semblante un tanto alegre se podía notar. Ícaro puso su mano en el hombro de padre. «Todo saldrá bien, ¿verdad, papá?». El inventor asintió mientras lo veía.
Ariadna fue tajante. No dormirían juntos más nunca, le daba asco dormir en la misma cama que un asesino de niños inocentes. No quería dirigirle la vista ni mucho menos la palabra, pero nunca habló mal de su esposo. No hubo insultos, ni reclamos, ni malas palabras en relación a su esposo cuando hablaba con sus hijos. Callada e introvertida. Así se había criado la Princesa de Creta.
Mientras los hombres trabajaban en el terreno en el que se iba levantando una monumental estructura, Ariadna daba largos paseos por el Palacio de Knossos. La imagen de su esposo se estaba difuminando poco a poco, con el pasar de los días. Retomó el habla educada y gentil con los viejos nobles de la corte, al igual que con las mujeres de la cocina y con los soldados de la puerta. Ariadna era amable con todos, y es que así había sido criada la Princesa y los habitantes de la Isla la amaban por eso. Migdela nunca entendió porqué se había ido de Palacio y se lo hizo saber a uno de los soldados que siempre estaba a un lado del trono, mientras con una escoba limpiaba el polvo del Gran Salón.
—Usted limpia el palacio, tan cerca de sus majestades y no tiene ni idea de lo que pasa aquí. —Respondió el Soldado— No juzgue, mi señora, sin conocer la historia completa. —Concluyó para regresar a su vista habitual. Más nunca la señora volvió a cruzar palabra con nadie que se relacionara con la familia real. Por miedo, evidentemente.
El Soldado miraba con mucha regularidad el mar, le recordaba a la libertad que siempre había deseado. Era una puerta que se encontraba cerrada, pero el deber llamaba. Creta era su hogar. Allí había jurado servir y así se lo había prometido a su padre. La Isla de la Costa Grande y su Rey le necesitaban.
Ariadna entró al Gran Salón y caminó lentamente hacia el Trono. Su padre estaba en sus aposentos, seguramente con algunas prostitutas. Se había vuelto habitual eso desde hace algunos años, pero ella no le buscaba precisamente a él.
—Teseo. —Susurró la joven.
—Princesa. —Respondió el Soldado.
—Tienes que decirme donde está… —Ariadna no pudo hablar más. Ella había querido borrar a esa cosa de su mente. Luego de unos segundos de silencio, Teseo respondió a esa frase.
—Está encerrado, princesa. Siempre ha estado allí en ese calabozo. Su señor esposo ha tenido suerte de no terminar como alimento de la Bestia. Mi Rey ha enviado a los prisioneros sentenciados a muerte al hueco donde lo tiene encerrado. —Teseo se cruzó de brazos y cerró los ojos.
—No entiendo, Teseo. ¿Por qué simplemente no lo mató? —Preguntó la Princesa con extrañeza.
—Nunca lo sabremos. Supongo que lo ve como una mascota. No lo entiendo y no tengo porqué entenderlo… El servir no viene acompañado de dudas y huidas. —Respondió con voz seca el Soldado.
La Princesa miró por un momento directamente a Teseo a los ojos. Muchos años pasaron, pensaba que todo el asunto de la Bestia había sido olvidado, pero escuchó por los pasillos que uno de los criados se atrevió a cortejar a una prostituta de su padre. El pobre hombre se había enamorado de la belleza que el Rey fornicaba todas las noches. Por algunas monedas, algún soplón reveló de quién se trataba. El Rey Minos estalló en cólera y sentenció con voz resonante desde el trono: «QUÉ SEA ALIMENTO ¡HÁGANLO COMIDA YA!»
El pobre idiota enamorado desapareció y todos sabían el destino que le deparó, pero nadie lo comentaba. A Ariadna le quedó lo dicho por su padre en la cabeza y supo de inmediato qué cosa podría comerse a un hombre entero. De inmediato fue al Gran Salón a buscar al único que no tendría miedo de hablar y además, que sabría todo. El hombre de confianza del Rey Minos. El Soldado perfecto, Teseo.
—Necesito verlo. Necesito decirle algo.
—Esa cosa no entiende palabra alguna, Ariadna. Es un animal. —Respondió con fastidio el Soldado.
—Hazlo por mí. Necesito hacerlo…
Fue Teseo el que ésta vez miró a los ojos a la Princesa. Había olvidado lo dulce de su voz, el color intenso de su pelo marrón claro e incluso lo perfilado y blanco de bello rostro, pero nunca olvidaría esos hermosos ojos color zafiro, iguales al mar de Creta. «Te llevaré» Fue la respuesta del Soldado.
El Soldado movió un gigante tablón de madera, que sellaba la puerta. Luego sacó de un pequeño bolso ceñido a la cintura una llave de plata y con ella abrió la pesada puerta. Desde adentro se escuchaba una respiración lenta pero fuerte. El Soldado desenvainó su espada, pero no entró en una posición de combate. Parecía que solo lo hacía por precaución, o quizás por miedo.
El interior de la habitación era tenebroso. No podía verse nada. El Soldado tomó una antorcha de afuera y entró. La luz de la antorcha mostraba un agujero gigante que se hallaba dentro del cuarto. Caminó hacía el agujero y observó.
La princesa se acercó al abismo y la tenue luz del fuego dejó observar lo que contenía el agujero. Era un acceso hacia otro piso y allí, en la oscuridad, se dejó ver la figura de la Bestia.
Se levantó del rincón donde yacía, para caminar lento y pesadamente hacia el agujero que significaba la salida de su encierro. Su cuerpo era totalmente velloso y sus uñas eran de color negro azabache, sus patas terminaban en pezuñas y a pesar de tener un gigantesco torso similar al de un ser humano, lo coronaba una cabeza de toro. Sus cachos eran tan negros como sus uñas y sus ojos abiertos dejaban ver el mismo color zafiro de los ojos de Ariadna.
El Minotauro, como lo había llamado el Rey, miraba atento a Ariadna. Totalmente manso observaba a la Princesa, como esperando escuchar lo que iba a decir, pero era evidente que no entendía nada. Sus orejas temblaban un poco. Emitió un fuerte bramido.
—Ha pasado mucho tiempo, Bestia, pensé que ya estabas muerto. Eso aliviaba mi corazón. No te imaginas lo mucho que me has hecho sufrir y el daño que le hiciste a mi familia. He querido verte, tan solo para aborrecerte un poco más. Quiero que sepas que no me iré de Creta, hasta que tenga la certeza de que has muerto. Te puedo jurar, por el Trono de…
No pudo continuar con su discurso porque el bramido de la Bestia fue incluso más fuerte que el anterior. Hizo callar a la princesa.
La Princesa asintió en señal de entendimiento. Dio media vuelta y se fue del cuarto oscuro. El Soldado cerró el portón de acero con el mismo mecanismo con el que la abrió. Guardó la llave en el sitio de guarda y al voltear pudo notar a la joven llorando y secando sus lágrimas.
—Debes ser fuerte. —Susurró Teseo— Antes de lo que crees ya se habrá acabado todo. Lo mejor es que vuelvas a Atenas.
—Eso es lo que quieres, ¿no? Que me vuelva a ir. —Comentó la Joven— Puedo ir incluso más lejos, Teseo, si eso es lo que deseas.
—Nunca deseé que te fueras. —Respondió con firmeza el Soldado, pero no pudo decir más.
—No sabes nada, Teseo. Mi madre no está. Se fue y no sé a quién odiar más. Era un odio que había dejado atrás, pero volver y encontrarme con esto. ¡Maldito sea Poseidón, mis padres y la Bestia!... Mi hermano. —Las lágrimas regresaron a sus ojos.
—El Minotauro no es tu hermano, Ariadna. Eso fue un castigo de los Dioses. Saldremos de esto, pasará y nosotros…
— ¿Nosotros, Teseo? —preguntó la Princesa.
El silencio reinó en el túnel. Nuevamente el Soldado miró sus ojos, zafiros como el mar de Creta y recordó que no era el mar aquel que le recordaba a la libertad, sino los ojos de su amada. La pasión con la que deseaba escapar de su deber con la hermosa joven y olvidarse de todo, lo hizo empezar a caer en su descenso a la locura. El amor siempre te lleva a hacer locuras, que pueden ir en contra de la familia, el honor y el deber.
Se acercó a ella, la tomó por los brazos y la acercó a su cuerpo. Ariadna tembló, pero también se acercó, quizás demasiado y así sintiendo la respiración del otro, escuchando el latir del corazón del cercano, Teseo respondió lo que debió haber gritado hace tantos años cuando Ariadna partió a Atenas.
«Nosotros.»
Querido Lector. Cada vez nos adentramos más en la historia del presente tomo de la serie Pergamino del Mito en mi perfil, los personajes de entrelazan y el conflicto llega. Espero puedas acompañarme en las siguientes entregas que próximamente publicaré. Un abrazo gigante y gracias por estar aquí!
—Argento, El Autor.
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gracias por compartir tan mágico contenido!
Querida Emily,
más bien, gracias a ti por pasarte y tomarte un tiempo para leer mi contenido. Me fascina la mitología griega y relataré muchas historias. Espero puedas quedarte a ver éstas y otras más que he compartido en mi perfil.
Un abrazo gigante!
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Como un fanático de mitología griega digo que lo que estás haciendo es increíble. Crear tu propia historia basándote en las viejas. Me parece genial
Sigue trabajando!
Hola, Niklaus!
Muchísimas gracias por tus palabras, realmente son muy apreciadas. Es así, una versión original basada en las antiguas historias.
Espero puedas seguir, porque creo que ésta será la Saga constante en mi perfil. Tengo muchas ideas para ella.
Un abrazo enorme!
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