Fin de año
Todos están en familia ¡Qué felices se ven! Diez personas disfrutan de su agradable vida.
La madre decorosa y bien arreglada sirve en cada plato la comida, preparada por ella misma con mucha dedicación. El padre consulta en su móvil las nuevas publicaciones de sus amigos en las redes sociales criticando cada una sin cesar. El primer hijo del matrimonio, llena cada copa con más champán mientras su esposa amamanta al bebé sentada en un cómodo sillón de cuero frente al televisor. La querida abuela ayuda a los morochos a comer las galletas apartando cada fruta confitada, y en el balcón observando la grandiosa vista del valle está la hija adolescente, abrazando y besando a su novio.
El cuadro familiar perfecto y hermoso. Todos con una sonrisa radiante se dedican a sus tareas mientras la música y el olor a comida inundan cada vez más la hermosa sala perfectamente decorada con luces, guirnaldas y velas. ¡Todo es perfecto!
Sus vidas siempre han estado llena dicha, y a la hora de comer apartan de cada plato lo que no desean o lo que ya no pueden tragar, para regalarlo a las familias necesitadas como un acto de bondad.
La adolescente luego de comer inicia a danzar de mano de su delgaducho noviecito, sin duda dichosa por la estupenda vida que lleva. La madre detiene la música pasado un rato y pide a todos orar, por todos aquellos que no poseen una buena cena como la que gozaron y prometen ayudar como siempre a quien más lo necesite.
¡Mentiras! Siempre venden un cuento perfecto a la sociedad de como ayudan a los demás, pero la realidad es que no ayudan a nadie que no sean ellos mismos y yo lo sé perfectamente.
Sus bolsillos se llenan cada día más sin soltar una moneda en verdadero sentido de caridad. El padre, en su magnífica compañía, brinda bajas prestaciones a los empleados, haciendo burla de todo el trabajo que realizamos. Eso siempre lo he aceptado con desilusión solo por el hecho de tener dinero para comprar la comida para mi hogar. Pero perdí mi hogar, y él no hizo nada para evitarlo.
Mirando por su pulcra ventana recuerdo el doloroso día que mi amada esposa fue diagnosticada con una grave enfermedad que debían operar inmediatamente. Yo no poseía recursos, no poseía ahorros, así que con humildad toqué la puerta del despacho de mi jefe, del mismo que está sentado en ese sofá riendo y disfrutando. Imploré un adelanto de mis prestaciones, que se me hiciera una liquidación, yo estaba en mi derecho y lo necesitaba. Pero él se negó, aunque le expliqué y le supliqué solamente me echó.
¡Ella tuvo que escoger a alguien mejor! Fue lo único que me comentó. Y quizás tenía razón. Mi querida esposa, era perfecta, hermosa, me hacía reír cuando todo se hundía. Ya no estaba, se había marchado para siempre.
Tomé esta decisión cuando tres días después de la muerte de mi amada, me llamaran de recursos humanos para informarme que por cada falta tendría descuento, si pasaba más de una semana sin ir no podría reintegrarme y me despedirían. Le llamé a mi jefe y expliqué que ella ya no estaba, pero solo dijo: la vida sigue, y mi compañía también.
Era un ser sin sentimientos, estaba vacío y solo vivía y mostraba una careta de magnificencia al mundo. Pero su careta ya nadie más la vería, por eso he esperado pacientemente durante horas en este frió lugar, observando sus movimientos esperando que la pieza principal de mi acto hiciera efecto al fin.
Los pequeños morochos dormían plácidamente en la habitación de sus padres. Todos los demás disfrutando del ponche y la música, esperando que sonaran las doce en su luminoso reloj. Los seis adultos que tomaban del cremoso líquido blanquecino, adulterado por mí en horas de la tarde, perdieron el habla y la fortaleza de sus extremidades. Atónitos se veía el miedo en su mirada.
La esposa del primer hijo sola en un dormitorio, dormía a su tierno bebé. Sin hacer ruido, entré por la puerta de la esplendida cocina con mi escopeta en mano, debía buscar primero a la desafortunada joven. Desafortunada por entrar a esta ruin familia, como dijo su suegro, debió escoger alguien mejor. Abrí la puerta de la habitación de invitados y ahí estaba ella, colocando en la cuna a su pequeño bebé, así que sin verle la cara, desde la espalda le disparé, dejando un cuadro abstracto en la pared.
Sin detenimiento entre en el salón principal, donde la familia perfecta, con ojos aterrorizados observaban mis movimientos. En los ojos del malévolo padre vi reconocimiento y de los de la madre brotaban lágrimas descontroladamente, pero eso no me detuvo. Ya nada me detendría. Inicié con la abuela, luego el hijo mayor, seguí con la indiferente adolescente y con su desdichado novio quienes posaban en la bella alfombra blanca; la cual quedó teñida de escarlata. Disparé con firmeza en el pecho de la madre mientras el padre inerte no podía hacer nada, solo observar como sus amados eran entregados a los brazos de la muerte, de la misma manera que tuve que observar yo. Lo miré durante un minuto, y accioné una vez más el gatillo justo cuando empezaron a alumbrar los fuegos artificiales el cielo nocturno, y el reloj con su grandioso sonar indicaba que ya había finalizado el año.
Siete cuerpos sin vida en una fabulosa mansión cerraban lo que había sido el peor año de mi vida, dejando en un mundo desdichado a tres niños indefensos. Me marché del lugar sin remordimiento en el corazón, luego de mucho tiempo había paz en mi alma.
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Primera imagen
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muy bueno tu relato, como llevastes la historia hasta el final. Feliz tarde amiga!
Me encantó la historia, saludos.